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Información de análisis desde una perspectiva socioambiental en torno a la coyuntura social y ambiental

Incendios, negacionismos y cambio cultural

En las últimas décadas, los incendios cambiaron de magnitud; son megaincendios. Resultaría contraproducente seguir entendiéndolos como “desastres naturales” sin problematizar la noción de “desastre natural”.

por Maristella Svampa para elDiarioAr

n bombero trabaja para contener un incendio en una zona verde este jueves, en la ciudad de Manaos, Amazonas (Brasil). Amazonas.
Un bombero trabaja para contener un incendio en una zona verde este jueves, en la ciudad de Manaos, Amazonas (Brasil). Amazonas. EFE

Hemos entrado a un territorio incierto y desconocido, el de los colapsos climáticos localizados, el de los eventos extremos, cada vez más frecuentes: inundaciones, olas de calor y de frío, vientos huracanados, tornados, sequías, incendios… Hoy es el turno de los incendios: se prende fuego la Amazonía, se prende fuego Córdoba, se prende fuego el Pantanal, el humedal más grande del mundo. El humo invade las ciudades de Asunción, llega hasta Buenos Aires. Incluso hay quienes dicen haber visto humo en las alturas de Machu Pichu.

En las últimas décadas, los incendios cambiaron de magnitud. Están por todos lados y ocupan cada vez más espacio en las noticias. Por su magnitud y escala, se trata de megaincendios. Resultaría contraproducente seguir entendiéndolos como “desastres naturales” sin problematizar la noción de “desastre natural”. Estos incendios son producto de la crisis climática que estamos atravesando como planeta, algo directamente asociado con la dinámica del capitalismo neoliberal, cuyo carácter concentrador y ecocida acelera aún más la espiral del colapso ambiental. Según National Geographic a estos megaincendios se los llama “incendios de sexta generación” ya que por su intensidad alteran la dinámica de las capas altas de la atmósfera y generan vientos que pueden ser muy difíciles de predecir, por lo que no es posible seguir el comportamiento del fuego. El fuego libera una gran cantidad de energía, dando lugar a que se forme una meteorología propia dentro del incendio. Los megaincendios devienen así muy destructivos e incontrolables.

Gran parte de los múltiples focos de incendios que hoy se esparcen son disparados por el cambio climático, con el aumento de las temperaturas, el estrés hídrico y la sequía. El peligro se multiplica en la temporada seca, como viene sucediendo en las últimas semanas en el valle de Calamuchita o en las Sierras Chicas, Córdoba. Hace unos días, el fuego llegó a la autopista que une Córdoba capital con Carlos Paz.

Inmenso incendio a 2.500 metros de altura, en Tafí del Valle David Correa

La sequía sacude también la gran región Amazónica. Y sucede, como escribe la periodista brasileña Eliane Brum, que esos ríos voladores de la Amazonía que en verano nos traen humedad, hoy, en la cada vez más extendida temporada seca, nos traen el calor y el humo. Así, con la emergencia climática, la temporada seca se amplía cada vez más y llega antes de lo previsto.

También sabemos, y nadie puede hacerse el distraído, que muchos incendios son intencionales, porque son enormes los intereses de quienes buscan arrasar los territorios, desmontando montes, bosques y humedales, y utilizar la tierra para actividades económicas, sin respetar los ciclos de la naturaleza. Esto sucede con la expansión de monocultivos como la soja, de la ganadería extensiva (la expansión de la industria cárnica es una suerte de tabú, que nadie quiere abordar, tanto o peor que la soja, por el aumento en las emisiones de CO2), y, por supuesto, el avance de emprendimientos inmobiliarios. Todas estas actividades requieren desmonte y cambios en el uso del suelo. Y generan otros impactos negativos, como la escasa absorción del suelo frente a lluvias torrenciales e inundaciones, entrampándonos cada vez más en un círculo perverso de eventos extremos, que se van potenciando entre sí, alimentados por un tipo de economía que no respeta las fronteras planetarias.

Todos recuerdan “el día del fuego” instaurado hace unos años por el expresidente J. Bolsonaro en Brasil, en el que los ganaderos y otros productores salen a hacer las quemas, práctica que está muy difundida tanto en Paraguay como en Argentina y Bolivia. En el vecino país andino, donde el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) benefició la expansión descontrolada de la soja como ninguna otra gestión, incluso en detrimento de territorios protegidos, hubo grandes incendios, como el de la Chiquitanía en 2019, cuando se quemaron más de 2 millones de hectáreas y casi seis millones de mamíferos perecieron. Sólo en lo que va de 2024, en Bolivia se quemaron ya el doble, unas cuatro millones de hectáreas, superficie equivalente a Suiza. Tal es la gravedad de los incendios que el gobierno boliviano, que recurrió a la ayuda de los países vecinos, acaba de prohibir la quema de pastizales por tiempo indeterminado. 

Suspenden vuelos y clases presenciales en zonas más afectadas por los incendios en Bolivia. EFE

En Argentina, los incendios afectan todos los ecosistemas, todas las provincias. En 2022, Corrientes perdió casi 1 millón de hectáreas arrasadas por el fuego, el 12% de la superficie provincial. La sequía histórica y la crisis climática, asociada a la expansión de modelos concentradores de la tierra (como el monocultivo forestal) fueron la chispa del incendio que devoró una quinta parte de los Esteros de Iberá, el mayor humedal de la Argentina. ¿Cómo olvidar las imágenes de ese tremendo incendio, los cuerpos de animales carbonizados y aquellos yacarés que vimos en las fotos, buscando escapar del fuego, la muerte y el horror en los ojos?

Hablando de incendios, quisiera contar en esta columna que desde 2022, con escritoras y periodistas amigas, Claudia Aboaf, Soledad Barruti, Gabriela Cabezón Cámara, Dolores Reyes creamos la colectiva ecofeminista y socioambiental Mirá. Dicha grupalidad se formó al calor de la defensa de las costas bonaerenses y del mar argentino frente a la expansión petrolera offshore. Hoy, en 2024, nos une la urgencia de contribuir a la instalación del debate sobre la crisis climática (responsabilidad de los países más ricos), y su relación con el actual modelo neoextractivista en Argentina y América Latina, que impulsan los diferentes gobiernos, más allá del signo político, sean oficialistas u oposición.

La propuesta de Mirá Socioambiental es la de entrar en conversación con las voces de los territorios, y generar otros lenguajes de valoración, lenguajes eco-literarios; tratar de llegar ahí donde el periodismo ambiental y la investigación científica a veces no llegan, en relación con las problemáticas socioambientales. Por eso, acabamos de publicar el primer episodio de una serie, El territorio habla que tratará de los principales desafíos socioambientales de nuestro país. En el episodio 1, “Todas las Fuegas el fuego”, las integrantes de Mirá Socioambiental viajamos este verano de 2024 a Córdoba para hablar de los incendios y escuchar a las Fuegas, colectiva ecofeminista de brigadistas comunitarias, que entran y salen del fuego, creando al mismo tiempo comunidad. Con y junto a ellas nos preguntamos: ¿por qué se incendia América Latina? ¿Por qué se prende fuego Córdoba? ¿Qué hay detrás de la devastación de territorios, de la fauna, de la biodiversidad? ¿Qué formas toma la resistencia ante el avance del fuego y qué nuevos oficios se gestan ante la aceleración del cambio climático?

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Difícil sería negar que la Argentina atraviesa uno de sus momentos más oscuros, de la mano de un gobierno de extrema derecha que además de favorecer a los sectores más ricos y concentrados, de arrasar con nuestros derechos, de buscar disciplinar a la sociedad y de desmantelar el Estado, es también negacionista desde el punto de vista climático (como lo son D. Trump y J. Bolsonaro). En esa línea no hay nada que esperar.

Este gobierno empeorará los impactos en términos de colapsos climáticos localizados. Mucho más ahora que se aprobó el RIGI (Régimen de Incentivo de Grandes Inversiones), que construye un régimen de privilegio para las inversiones superiores a los US$200 millones. No cabe duda de que dichos emprendimientos significarán una mayor expansión de la soja, de la ganadería extensiva, del llamado “desarrollo inmobiliario”, y de todo tipo de extractivismo, transnacional y de capitales nacionales.

El presidente Javier Milei no cesa de hablar de los empresarios como “benefactores sociales”, muchos de los cuales son los máximos responsables de estos graves delitos ambientales, que tienen como consecuencia la destrucción de ecosistemas críticos, como montes, bosques y humedales.

Pero no es sólo el negacionismo terraplanista de este gobierno, que se regocija abiertamente en el ecocidio y cuyos seguidores y funcionarios pueden arrogarse el “derecho a contaminar”. Aunque no dudamos de que hay cada vez más argentines, sobre todo jóvenes, que son conscientes de los enormes riesgos ambientales que atravesamos, también existen sectores importantes de la sociedad que continúan abonando a una suerte de negacionismo climático implícito. Se preocupan hoy, cuando les arde la garganta por el humo de los incendios y se preguntan frunciendo la nariz de dónde viene, o se alarman cuando ven llegar el fuego, que amenaza incluso la vida protegida de los countries (como sucedió en la localidad de La Calera, vecina a Córdoba capital), y comprenden de golpe que, aunque “los sin muro” son más vulnerables, nadie está a salvo verdaderamente de estos desastres climáticos.

Incendios en Córdoba: se contuvo el foco en La Calera pero el fuego no cesaba en Ambul. NA.

Pero al día siguiente, una vez más, cuando el último foco es apagado o el humo desaparece del horizonte, en vez de exigir urgentes políticas públicas y/o volcarse a la participación ciudadana, vuelven a actuar como si no pasara nada.

El deseo de retornar a la normalidad es humano, demasiado humano, y ciertamente atraviesa todas las clases sociales, pero también nos hunde más en el abismo de la negación. De nada sirve “volver a la normalidad” si esta ya no existe como tal. Sólo dilata nuestras respuestas, las pospone, las envía al inconsciente o las archiva en una zona de confort psicológica, hasta que el próximo evento extremo vuelva a trastocarlas y nos coloque de frente, una vez más, ante la insoslayable realidad urgente y oscura.

Como colectiva socioambiental, desde Mirá, como escritoras e investigadoras, también nos preguntamos: ¿qué estética y qué pedagogía tenemos que adoptar para conmover y generar un cambio cultural en la población respecto de los desafíos ambientales que enfrentamos?

Necesitamos interpelar a la sociedad, más que nunca, porque este cambio cultural que exige políticas públicas de regulación del capital, de protección de los bienes comunes y naturales, de adaptación a los riesgos climáticos y una amplia participación ciudadana, una política integral de cuidados no provendrá de un gobierno negacionista y liquidador de derechos, ni de los empresarios, hoy “benefactores sociales”. En eso, al menos, estamos todes de acuerdo. Necesitamos generar un cambio cultural, antes de que sea demasiado tarde. Y para ello, urge crear espacios luminosos en medio de la oscuridad.

Extractivismo Libertario

Extractivismo libertario y nuevo ciclo de luchas

La ola libertaria, a la cual se han subido muchos de los gobernadores, se propone instalar un nuevo régimen político que apunta a barrer no solo con toda narrativa de derechos sino con toda resistencia social.

por Maristella Svampa y Enrique Viale para elDiarioAr

Con la llegada del gobierno libertario, asistimos a una vuelta de tuerca del extractivismo a gran escala en Argentina. No es que los anteriores gobiernos no desarrollaran políticas extractivistas. Sabemos que la visión instrumental de los bienes naturales y la indiferencia hacia las problemáticas ligadas a la crisis climática/ecológica traza una fuerte línea de continuidad entre progresismos y neoliberalismos. Pero el triunfo de la extrema derecha libertaria instaló una inflexión violenta que conllevó un sorprendente corrimiento del umbral de lo posible, tanto respecto de la (des)regulación estatal, el desmantelamiento de derechos, el cuestionamiento de la que creíamos era una idea consensual de la democracia, así como en sus modos hiper-represivos y violentos de tratar el conflicto social.

La firma del Pacto de Mayo (el pasado 9 de julio) dice explícitamente en su tercer punto  que las provincias deben avanzar en la explotación de los recursos naturales. Ese discurso de Milei dio luz verde a los gobernadores, una señal que habilita el avance brutal del extractivismo en los diferentes territorios, sin importar los costos, tanto respecto de la minería metalífera y de litio, como en relación a otras figuras extremas del extractivismo como el agronegocio o el avance hidrocarburífero. Más claro: el RIGI (Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones), al cual adhirieron casi de inmediato las provincias, envalentonó a los gobernadores, que hoy se suben eufóricos a la ola libertaria, para ir en la dirección extractivista que hasta hace poco se les hacía esquiva o más difícil, debido a la fuerza de los movimientos socio-ambientales, en el marco de una narrativa más o menos consensual en torno a la defensa de derechos.

Obras de teatro con actores pagos

Esto ya está sucediendo en las provincias y uno de los ejemplos más notorios es el caso de Río Negro, primera jurisdicción que adhirió al RIGI (incluso antes de que estuviera reglamentado por el gobierno nacional), sobre todo con la gran minería a cielo abierto, una actividad que no había podido llevarse a cabo, debido a la resistencia de las poblaciones y las comunidades indígenas, pese a que desde 2011 se derogó la llamada ley Anticianuro (sancionada en 2005).  

El gobernador de Río Negro, Alberto Weretilnek, cuyo partido provincial gobierna ininterrumpidamente desde 2011, viene avanzando en el control de los tres poderes del Estado y de los medios de comunicación, para generar un nuevo entramado legal, a través de la derogación de leyes de protección ambiental (como la que protegía el Golfo San Matías), modificando otras leyes (de tierras, código minero), dividiendo a las comunidades indígenas (sin consultar a las que se oponen), para habilitar así la instalación de un puerto petrolero, una planta de GNL y avanzando en la minería a cielo abierto. Este espeso entramado legal al servicio de un modelo petrolero-minero, apunta a limitar y controlar también los dispositivos de participación ciudadana, generando simulacros de participación, montajes que convalidan la decisión gubernamental, tal como lo ilustró de manera casi surrealista la audiencia pública de Ingeniero Jacobacci, por el proyecto minero Calcatreu, realizada el viernes 30 de agosto.

Una de las cuestiones que más saltó a la vista en dicha audiencia pública, a la cual la coautora de esta nota participó como expositora, fue no solo el triunfalismo del gobierno sino también la manipulación política de las expectativas de la población sobre el trabajo prometido. Jacobacci es una pequeña y humilde localidad de la Línea Sur, vaciada económicamente en términos de políticas públicas, y muy probablemente sean muchos los pobladores –sobre todo, los jóvenes– que aguardan legítima y ansiosamente a la minería como oportunidad de trabajo. 

Debido a que gran parte de las asambleas socioambientales rechazaron participar, la audiencia pública se convirtió en un estrado donde los inscritos subían para exclamar enfáticamente “Sí a la minería” y manifestar su expectativa laboral. Sin embargo, según el Estudio de Impacto Ambiental, el proyecto minero Calcatreu creará solo 100 empleos durante la fase de construcción y 250 durante la explotación del proyecto que durará cinco años. Pese a ello, en sintonía con el discurso libertario, los funcionarios rionegrinos anuncian exultantes la solución al desempleo, la pobreza y el desarrollo local de la mano de la minería. Atacan el “pobrismo” para fomentar el pensamiento mágico.

Tanto los especialistas como las poblaciones afectadas son conscientes de que la minería metalífera a cielo abierto no genera muchos puestos de trabajo. Hace 20 años que venimos documentando datos desalentadores. Según datos del SIPA (2023), elaborados por el profesor y geógrafo Marcelo Giraud, de la Universidad Nacional de Cuyo, la minería metalífera solo emplea el 0,15% del empleo privado registrado total. Si seguimos la trayectoria de las localidades mineras, en Belén (Catamarca), solo el 1,5% trabaja en minería, mientras que en Jachal (San Juan) es de 3,3% (datos elaborados por la investigadora del Conicet Cecilia Agnistein). Mientras tanto, el Indec informaba para el segundo trimestre de 2023 que la pobreza en Catamarca era del 45% y el 41% en San Juan, antes de que el gobierno de Milei sumara unos 10 puntos porcentuales. 

En Perú, país minero por excelencia, en la actualidad el empleo en minería metalífera es del 1,5% de la población económicamente activa, mientras que la agricultura llega al 27,5%, según el exviceministro de Ambiente, el economista José de Echave.

La conclusión es que el trabajo minero que se crea es poco y de mala calidad; el impacto en términos de desarrollo local es insignificante. El empleo indirecto es de inserción muy precaria, trabajadores informales, comercio, empleadas domésticas. Y no es casual que en las provincias extractivas crezca el empleo público y la economía popular. Para colmo, la ruta del extractivismo está marcada históricamente por la prostitución y la trata de personas. 

El día después de la audiencia el gobernador de Río Negro publicó un tuit en X que dice: “Somos una provincia minera”. Y ello no es casual, hay 53 proyectos mineros en distintas fases, que colocan a la provincia en el top del ranking nacional, por encima, incluso de San Juan, la provincia prominera por excelencia. Así, en Río Negro, se juega algo más que un proyecto minero: Calcatreu es la puerta de entrada que convertirá a esa provincia en una zona de sacrificio a gran escala, con proyectos de oro, plata, litio y uranio, entre otros. Una apuesta a la reconfiguración productiva hacia un modelo primario extractivo exportador, sin valor agregado, de la mano del RIGI, que amplificará la destrucción de los territorios, a lo cual hay que sumar la construcción del puerto petrolero y la Planta de GNL. 

Mientras tanto, en otra localidad rionegrina, en Chimpay, los que hicieron sentir su voz durante la peregrinación anual para homenajear al beato Ceferino Namuncurá fueron los obispos de la provincia, quienes manifestaron su crítica, diciendo: “No les importa el cuidado de la tierra, los proyectos que hipotecan el agua y la tierra (…). Que escuchen a la gente y haya un diálogo transparente, no audiencias públicas que son obras de teatro con actores pagos”.

Embestida a gran escala

Pero esto no es todo. La embestida de gobernadores y corporaciones, envalentonados por la política libertaria, abarca numerosas provincias. La genuflexión es total, incluso en gran parte de las oposiciones provinciales. En Mendoza el embate minero es aplastante. Modificaron el Código Minero, pretenden reformar el Código de Aguas, algo que nadie se había atrevido a tocar hasta ahora. Y con el RIGI –ya aprobado a nivel provincial– pretenden destrozar la histórica ley 7722 que protege el agua.  

En San Juan, el avance del proyecto minero Josemaría supondrá el despilfarro de 1700 litros de agua por segundo, 151 millones por día, durante los 20 años del proyecto. También, ya se contó acá, en la provincia de Chaco se modificó el mapa de protección de bosque nativo para habilitar la destrucción de casi un millón de hectáreas por parte del agronegocio y las tanineras. En Corrientes, el avance del RIGI supone el corrimiento de la poderosa industria de monocultivo forestal que ya domina medio millón de hectáreas rurales y va por los Esteros y humedales provinciales. Por su parte, avanza la privatización definitiva del río Paraná visto solamente como una ruta de transporte de mercadería, la vena mayor de desangrado y saqueo de nuestro país.

Y así, en la era de la demencia y la crueldad, el gobierno de Milei creó la Secretaría de Culto y Civilización. No es una fake news ni una broma de mal gusto; así se llama, por más de que no estemos en el siglo XIX, sino en el XXI. Allí pusieron a cargo de esta tragicómica secretaría a Nahuel Sotelo, un personaje ignoto cuyas primeras declaraciones fueron “ojalá Argentina contaminará más” y que pretende “declarar a Greenpeace como terrorista”, una denominación genérica, que por supuesto busca abarcar cualquier organización ambientalista. Esto es muy peligroso porque acusar a alguien de “terrorista” implica perseguirlo, encarcelarlo, considerarlo un enemigo que debe ser aniquilado, como sucedió en los años 70. Además, esta provocación resulta inaceptable en América Latina, que posee el récord mundial de asesinatos de defensores ambientales.

Queda claro que la ola libertaria, a la cual se han subido muchos de los gobernadores, se propone instalar un nuevo régimen político que apunta a barrer no solo con toda narrativa de derechos sino con toda resistencia social. Con el corrimiento del umbral de lo posible, se abre así un nuevo ciclo político de luchas para las organizaciones sociales en Argentina. Hay que ser consciente de ello. 

Ciertamente, vivimos momentos de gran oscuridad, pero el acumulado de luchas en Argentina en defensa de los derechos humanos, sociales, ambientales, de género y raciales no puede nunca ser desestimado. Hoy no se trata solo de “una lucha ambiental” sino de saber y ser consciente que el núcleo de las dramáticas políticas económicas del gobierno de Milei pasan medularmente por habilitar el saqueo a gran escala de los bienes naturales. Comprender esto reconfigura el escenario de lucha frente a las políticas de entrega y saqueo. Ellos lo saben, por eso el escarnio y la descalificación de parte de los diversos oficialismos hacia el movimiento ambiental. 

En consecuencia, las resistencias vendrán de ahí, de los territorios, como lo fueron el Mendozazo y el Chubutazo. Allí puede estar el germen de resistencias más integrales que avancen hacia la construcción de propuestas de cambio que aborden la nueva situación y apunten a generosas articulaciones sociales y políticas en el plano de la justicia social y ambiental. 

Frente a la crisis del progresismo

por Maristella Svampa para Revista Otra Parte

Hace tiempo que el progresismo gubernamental, no sólo argentino, sino también latinoamericano, se halla en estado de implosión. No es ninguna novedad. Primero se fue apagando como ciclo, hacia 2015, cuando dejó de ser un ambicioso movimiento regional que alineaba diferentes gobiernos sudamericanos en pos de una lengua común; luego se fue deshilachando como campo, al compás de una concentración del poder en los ejecutivos y una polarización vertiginosa y sin retorno, frente a la emergencia de las derechas antiprogresistas; hoy, a la luz de lo que sucede en varios países de la región, parecería extinguirse como relato. Esta crisis de los progresismos gubernamentales —que es más un estallido, una implosión, que un cierre silencioso o un gemido—, nos preocupa y desvela porque afecta no sólo el legado progresista de los que fueron o continúan siendo gobierno, sino el conjunto de las narrativas de cambio, vinculadas a derechos, incluso de aquellos que nunca fueron ni fuimos prooficialistas, en un contexto que pretende cuestionar su legitimidad y catapulta aún más a las extremas derechas radicales y autoritarias.

En la olimpíada de desastres latinoamericanos, la Argentina parece haber picado en punta, ilustrado por un lado en la entronización de una extrema derecha ultraliberal y, por otro, en la debacle de la oposición del progresismo kirchnerista. Si hasta ayer el balance político del gobierno de Alberto Fernández era devastador, la reciente revelación de sus agresiones (violencia de género) contra Fabiola Yáñez terminó por hacer implosionar lo último que quedaba en pie del relato progresista del anterior gobierno: la política de género. Mientras en el país se profundiza la recesión económica, empeoran los índices sociales del hambre y la pobreza, y las encuestas indican la caída de la imagen de Javier Milei por debajo del cincuenta por ciento de apoyo, el centro de la agenda pública lo ocupa esta sensación del fin, de la debacle absoluta del progresismo, y la pregunta acerca de si puede sobrevivir o no la narrativa progresista, frente a tanta derrota política, a tanta ofensa moral.

Así, en estos días en que nos indignamos y escandalizamos ante lo que sucede en la Argentina, con Alberto Fernández, o ante lo que ocurre en Venezuela, país que vive un atronador fraude electoral, bien vale la pena excavar en las narrativas y proyectos de los progresismos gubernamentales, ahondar hasta dónde llegan las esquirlas de esa brecha explosiva instalada entre hechos y relatos, para indagar si estamos o no ante el fin de aquello que genéricamente podemos llamar narrativas de derechos.

Mi hipótesis, spoiler mediante, es que resulta imperioso reaccionar y reposicionarse colectivamente, aprender a ser realistas y autocríticos, no tirar al niño con el agua sucia de la bañera —perdón por utilizar esta frase decimonónica—, pues todavía hay mucha tela para cortar, mucha red sana por tejer, mucho acumulado de luchas por derechos para reivindicar. Sin embargo, si no lo hacemos de modo urgente, creíble y solidario, si no apuntamos a la creación de una nueva narrativa colectiva tentacular de cambio, nos arriesgamos efectivamente a un colapso mayor.

Promesas de los progresismos. Déjenme hacer un poco de historia, sucinta y abreviada. El ciclo progresista, la llamada “marea rosa”, arrancó en el año 2000 en el Cono Sur y generó grandes expectativas políticas de cambio. Una lingua franca se construyó en torno a varios ejes compartidos: la crítica al neoliberalismo, la promoción de políticas económicas heterodoxas, la promesa de la inclusión social, el rol creciente del Estado; el latinoamericanismo desafiante, y también, no debemos olvidarlo, la expansión del neoextractivismo y sus impactos.

Uno de los elementos más relevantes del ciclo progresista es que sus gobiernos fueron traccionados por fuerzas y energías sociales muy movilizadas que apostaban a más democracia, nunca a menos. Así, hubo nuevas constituciones fundacionales —como la de Ecuador, que sancionó los derechos de la Naturaleza, o la de Bolivia, que incluyó la plurinacionalidad del Estado—; en Venezuela, se crearon consejos comunales en los tiempos de Chávez (algo así como soviets sentados sobre barriles de petróleo), y en Brasil, un Lula todavía vigoroso desde su origen obrero-sindical prometía un programa que terminaría con la extendida pobreza.

El kirchnerismo, como progresismo peronista, ancló su promesa fundacional a la crisis de 2001, una crisis sistémica e hiperbólica, que casi se lleva puesto al conjunto de la clase política y económica; hoy diríamos la “casta”. Sin la radicalidad de otros regímenes latinoamericanos, pero al calor de una crisis extraordinaria, la promesa de Néstor Kirchner no fue la de dinamitar a la casta, sino la de acercar a representantes y representados; junto con la voluntad de controlar las movilizaciones plebeyas y de clase media, para volver a poner la política en el centro de la esfera institucional. Por eso su apuesta política inicial fue la de remover a una Corte Suprema de Justicia desacreditada y vincularse con la narrativa de derechos humanos. Esto conllevó una revalorización del progresismo, también en clave de “justicia social”, asociado a una política de empleo, de reducción de la pobreza y de contención e incorporación de movimientos piqueteros mediante una batería de planes sociales.

A partir de 2008, Cristina Fernández de Kirchner le daría su impronta personal al progresismo peronista desde el poder, en el que convergía un liderazgo casi magnético en el uso de la palabra con un populismo nacionalista más centralizado y un estilo político rígido, con escasa capacidad de gestión del conflicto y de diálogo con actores diferentes. Igualmente, el progresismo de CFK, aunque extremadamente vertical, apuntaba a una narrativa de derechos. A la política de la inclusión social —por la vía del consumo— y la de derechos humanos en relación con el pasado dictatorial, se sumaría aquella de la diversidad sexual (matrimonio igualitario) y, ya sin CFK en el gobierno, la potente narrativa feminista, que no tardaría en convertirse en un movimiento de movimientos y que lograría, en su segundo intento, bajo el gobierno de Alberto Fernández, la legalización del aborto y la promoción de una política activa de género y diversidades.

Pueblos originarios y movimientos territoriales antiextractivistas quedaron por fuera del universo progresista kirchnerista, aun cuando la tensión inestable del gobierno con las comunidades indígenas siempre abriría espacios de geometría variable. Pero no fue así con el ambientalismo de raíces territoriales; me refiero a ese ambientalismo polifónico de base federal que pone el cuerpo en los territorios, que apenas si tuvo puntos de encuentro con el progresismo gubernamental en el nivel nacional. No porque aspirara al desencuentro; sino porque el kirchnerismo, una vez sorteada la instancia de vivir como oposición (como sucedió durante el período macrista, entre 2015 y 2019, cuando hubo acercamiento), volvía a las políticas de siempre, mostrando con ello su indiferencia ante el agravamiento de la crisis climática y su apego a las políticas extractivistas, en nombre de las exportaciones y el pago de la deuda externa. Esta selectividad del progresismo gubernamental —como ya lo analicé en otros textos—, no es atributo exclusivo de la Argentina, y con sus variantes y especificidades, tiene un alcance regional.

Pero volvamos a la escala latinoamericana, porque durante esos quince años de hegemonía (2000-2015) mucha agua corrió bajo el puente. La crisis llegó no solo por la caída del precio de los commodities (en 2011) sino por la ausencia misma de transformaciones estructurales (no hubo reformas fiscales progresivas), mientras la pobreza, que se había reducido en tiempos de vacas gordas, volvía a crecer, y la concentración de la riqueza aumentaba. En ese quinquenio excepcional pudimos ver cómo se iba haciendo más rígido el campo de los progresismos gubernamentales al compás de la negación de la nueva institucionalidad democrática radical, de procesos de concentración del poder en manos de líderes cada vez más todopoderosos, más verticalistas, de dinámicas de corrupción de alto vuelo e impacto regional (caso Odebrecht).

Aun así, aunque los resultados finales eran desiguales según los países, el desmembramiento del campo progresista latinoamericano no alcanzaba hasta ahí para borrar esa impronta primera que coloreó la marea rosa, en su articulación con organizaciones del campo popular, a saber, la promesa de más democracia, de igualdad, de más derechos, en el marco de una nueva institucionalidad, en países atravesados por tantas dictaduras, por tantas desigualdades sociales, por tantos procesos de exclusión multidimensionales. Más simple: los progresismos realmente existentes parecían haber cumplido su ciclo, había decepción y desencanto, traiciones y manipulaciones, y sobre todo, mucho desajuste entre políticas y discursos. Como le escuché decir al sindicalista Julio Fuentes en 2017, “entre el relato y la realidad hubo mucha diferencia: todos queríamos vivir en el país del otro, porque lo que estábamos viendo era el relato”. La distancia entre relato y realidad era cuestionable, pero no así la narrativa de derechos en sí misma, que sobrepasaba esas experiencias y seguía siendo legítima.

Polarización y cambio de época. Uno de los elementos más relevantes del ciclo progresista fue el surgimiento y la consolidación de escenarios de polarización política que enfrentaron a los oficialismos con una reacción antiprogresista de amplio espectro. Esta polarización fue configurando “campos de acción”, “en los cuales se expresaban corrientes sociales que incluían no sólo movimientos sociales sino también partidos políticos y otros grupos en disputa”, como dice el colega brasileño Breno Bringel. Estas corrientes sociales compitieron con los progresismos gubernamentales en masividad en las calles y fueron una ventana de oportunidad en la que se iría decantando una derecha política, que buscaría barrer no sólo con los gobiernos sino también con las banderas sostenidas por la narrativa progresista.

A partir de 2015 el giro a la derecha fue más pronunciado y el backlash fue adquiriendo configuraciones abiertamente electorales, mientras los progresismos gubernamentales acentuaban su declive. Uno de casos más dramáticos fue el de Brasil, con el impeachment contra Dilma Roussef (2016) y el encarcelamiento de Lula (2018-2019), a lo que se sumó el triunfo electoral de Jair Bolsonaro (2019). También hubo mutaciones internas, como la de Lenín Moreno en Ecuador (2017-2021), quien pese a ser ungido por Rafael Correa, una vez que llegó al gobierno dio un giro a la derecha. O la deriva del gobierno de Nicolás Maduro, luego de la muerte de Chávez (2013), que desarrollaría una minuciosa y perversa estrategia —casi capilar— de bloqueo electoral, ante una derecha agresiva y clasista; y cuya crisis económica y política llevó a la expulsión/emigración de cerca de ocho millones de venezolanos. Hace años que Maduro consolidó un “neoliberalismo autoritario y criminal” —como dice un amigo venezolano de izquierda—, pese a la utilización grotesca que hace su gobierno de la narrativa progresista. Ni que hablar de Nicaragua, donde el matrimonio Ortega-Murillo instauró una dictadura implacable, desarrollando un sistema represivo que desinstaló la institucionalidad democrática y abarca todos los sectores de la sociedad civil.

Mucho se habló también del golpe de Estado contra Evo Morales en 2019, un Evo de raíces campesinas-indígenas, pero cuyo infatigable deseo de perennidad en el gobierno volvió a despertar en Bolivia el peor de los demonios, el racismo antiindígena. Pese a ello, el régimen de facto no pudo consolidarse y debió llamar a elecciones libres, que permitieron al Movimiento al Socialismo (MAS), aunque no a Evo Morales, volver una vez más al gobierno. Hoy el progresismo boliviano se ve reducido a una lucha vergonzosa entre el liderazgo de Evo y el del actual presidente, Luis Arce, en medio de una crisis económica atada al fin (¿temporario?) de la abundancia del gas.

Por otro lado, a nadie se le escapa —y menos a la derecha— que los giros autoritarios de los progresismos —como en Venezuela y Nicaragua— han sido muy mal procesados en el campo de las izquierdas prooficialistas, dentro del cual todavía hay sectores que leen estos procesos en clave exclusivamente conspirativa, empeorando el daño que ya hacen tales derivas. Siempre hubo conspiraciones de la derecha, nadie lo está negando de plano, pero estas no pueden borrar las tensiones y los errores políticos desencadenados por procesos endógenos, y mucho menos justificar la falta de autocrítica.

Todo indica un nuevo cambio de época, cuyos impactos políticos a largo plazo son enormes, impredecibles en un contexto de policrisis civilizatoria, que se refleja no sólo en el empoderamiento de las derechas sino además en el claro agotamiento de los progresismos gubernamentales. La emergencia más reciente de un polo progresista inorgánico no ha sido suficiente para contrarrestar el nuevo clima de época. Este muestra la coexistencia de figuras innovadoras como Gustavo Petro en Colombia (el único líder latinoamericano que une articuladamente lo social con lo ambiental), otras más o menos continuistas como Gabriel Boric en Chile, y la vuelta de Lula da Silva en Brasil, fuertemente cercado por fuerzas conservadoras y de derecha. En México, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, portador de una mirada desarrollista-estatista casi propia de los años setenta, siempre funcionó como un “progresismo tardío”, como dice el ítalo-mexicano Massimo Modonesi, con nulos vínculos con el ciclo progresista anterior.

En este escenario político divergente, sin hegemonías claras, lo novedoso del período es a todas luces el surgimiento de una derecha radical autoritaria con Bolsonaro en Brasil, y algunos años más tarde, el triunfo de Javier Milei en nuestro país. Así, el clima político en América Latina fue mutando y enrareciéndose cada vez más: hoy la tendencia es la normalización de los autoritarismos, la expansión de estructuras criminales, como el narcotráfico, y el retorno en fuerza de las recetas neoliberales como “única” salida económica y social.

A escala global, todo parece ir en favor de la expansión de las extremas derechas y sus discursos antiinmigrante. En pleno agravamiento de la crisis climática, líderes negacionistas han gobernado países como Estados Unidos, Australia y Brasil; han surgido extremas derechas con un discurso ecofascista, como la que estuvo a punto de entronizarse en Francia, mientras la derecha autoritaria continúa siendo gobierno en países como Hungría e Israel, entre otros. El caso es que las extremas derechas se han convertido en una alternativa peligrosísima de poder.

La Argentina y la gran vaca peronista. Después de doce años de kirchnerismo (2003-2015), el progresismo gubernamental ya afrontaba una crisis y un agotamiento profundo. La primera alternancia electoral postkirchnerista, entre 2015 y 2019, con Mauricio Macri, se propuso aplicar un programa de políticas neoliberales, pero aún se insertaba en un clima político y social dominado por la narrativa progresista en torno a los derechos. Sabemos del fracaso del gobierno macrista: aumentó las tarifas de los servicios públicos, potenció la pobreza y el deterioro del salario, no logró bajar la ya alta inflación, que venía impactando en sectores medios y populares, y encima tomó un préstamo multimillonario con el FMI que sirvió para exacerbar la fuga de capitales por parte de empresarios y amigos del poder.

No es extraño entonces que, tras el fracaso neoliberal, en 2019 volviera a ganar una coalición política con una connotación progresista controlada por el kirchnerismo, pero en un escenario político diferente de aquel de 2015. El Frente de Todos, autodefinido como “una coalición peronista y progresista”, nació bajo el control férreo de CFK, quien eligió como candidato a presidente, sin consulta con sus socios partidarios, a Alberto Fernández, a quien sólo conocíamos como un hábil operador y jefe de gabinete durante el gobierno de Néstor Kirchner, y cuyo vocación “negociadora” revelaba una intención que muchos, en aquel momento, encontraban como “razonablemente conservadora”… La crisis económica, agravada por la pandemia de covid-19, las fotos de la fiesta privada en Olivos y una sequía prolongada que afectaría al sector agroexportador irían configurando no sólo la imagen de un presidente débil, pusilánime, mentiroso y sin autonomía, sino también, como contracara, la imagen de una vicepresidenta (CFK) políticamente mezquina, incapaz de asumir la responsabilidad por los resultados negativos de la gestión en curso.

Milei supo captar gran parte de este descontento frente al fracaso de los diferentes gobiernos —tanto del progresismo gubernamental como el de la derecha mainstream— rearticulando las humillaciones, agravios y aspiraciones bajo una ideología ultraliberal y antiestatal, en la que la apelación a la “libertad” y la supuesta batalla contra la “casta política” resultaron muy eficaces frente a la idea de una justicia social cada vez más erosionada.

Y en este punto me parece importante subrayar que, en su afán por confrontar y vencer a la derecha en el plano electoral, el kirchnerismo terminó por absorber e incorporar todo lo que quedaba del espacio de la centroizquierda partidaria independiente en el país. La gran “vaca peronista” (no hay otro rumiante que simbolice mejor la perennidad del peronismo y su centralidad en el modelo político-económico argentino) deglutió y digirió en alguno de sus cuatro estómagos todo lo que quedaba de las fuerzas de centroizquierda e izquierda nacional partidaria, que al menos se había mantenido con cierta independencia desde 2003. El caso es que en 2019, si hablamos de opciones partidarias de izquierda/centroizquierda, fuera del espacio poligástrico panperonista/panprogresista, sólo quedaba el trotskismo, el cual, pese a tener líderes/lideresas políticos de fuste y estar presente en una gran cantidad de conflictos sociales, cuenta con una representatividad política menor.

El futuro y el campo social. Si el o la lectora ha llegado hasta aquí, además de agradecer su paciencia, quisiera aclarar que mi objetivo no es contar la historia reciente, pero sí escarbar y comprender algunos (sólo algunos) de los aspectos simbólicos de la implosión del “relato progresista” y preguntarme hasta dónde la debacle del progresismo de gobierno (con sus cuatro estómagos) afecta o no las narrativas de derechos, de corte emancipatorio.

La gran vaca peronista deglutió varios de los esfuerzos progresistas que se gestaron en las últimas décadas en la Argentina, al menos en el campo político partidario, pero no así en el amplio campo de lo social, que siempre es más dinámico, polifónico y fluido que el partidario. Y aunque nadie en sus cabales podría negar que hay experiencias de derechos humanos, de organizaciones campesinas y piqueteras, y de feminismos que fueron incorporadas en las diferentes fases del gobierno kirchnerista y que probablemente no tengan punto de retorno, estemos atentos a la tentación metonímica y no caigamos en ella. No hay que tomar la parte por el todo. La Argentina tiene un gran acumulado de luchas por la defensa de los derechos humanos, de los derechos sociales, de los derechos ambientales, de los derechos indígenas, de los derechos de las mujeres y las disidencias sexuales, que sobrepasa largamente el progresismo gubernamental y sus límites. Tampoco todas esas experiencias que se mantuvieron fuera del espacio progresista gubernamental son de radicalidad. Pero muchas viven y se reproducen en el campo social bajo dinámicas moleculares de resistencia, cuentan con largas trayectorias que oscilan entre la latencia y la presencia masiva en las calles; buscan tejer redes e instancias de diálogo y articulación entre ellas, construir horizontes de justicia social y sostenibilidad digna. Es contra ese músculo social, contra esa energía pluridimensional de las resistencias contra lo que apuntan Patricia Bullrich y Javier Milei, no sólo mediante la brutal política económica de ajuste, sino a través del disciplinamiento represivo, la deslegitimación y la política del miedo.

Voy cerrando esta reflexión en voz alta, con la idea de abrir al intercambio y tejer redes entre las narrativas que proponen perspectivas de cambio político y ecosocial integral. La parábola de la gran vaca peronista nos puede servir para repensar el presente agónico argentino respecto de los progresismos gubernamentales, para recuperar la sensatez y al mismo tiempo la radicalidad política que exigen estos tiempos oscuros y dar por cerrado el ciclo kirchnerista-progresista; para apuntar a construir otros horizontes políticos desde una articulación respetuosa y democrática. Es momento de transicionar, de repensar estratégicamente discursos y prácticas, y de avanzar en la construcción de nuevas propuestas de cambio que aborden el contexto de crisis entrelazadas que vivimos: crisis climática, aumento de las desigualdades, crisis energética, expansión de las extremas derechas, erosión de los valores democráticos, crisis de los cuidados, consolidación del patriarcado y del belicismo. Es el momento de encontrar nuevos lenguajes, incluso tal vez de abandonar términos como “progresismo”, si es que tienen más lastre que potencialidad. Momento para que movimientos y articulaciones políticas abran el espacio a narrativas tentaculares en torno a los derechos, ancladas en diferentes experiencias sociales, con propuestas en el plano de la justicia social, la justicia ambiental, la justicia de género y la justicia racial. Imposible mirar para otro lado. Habrá que apostar a la imaginación política y no quedarnos anclados en el lenguaje de la resignación; abrirnos a una lucha multidimensional que inevitablemente debe involucrarnos a todas y todos, sin liderazgos rígidos ni selectividades imperdonables.

Agradezco los comentarios de Melisa Argento, Graciela Speranza y Enrique Viale.

Imagen: ///////))_lo))), de Osías Yanov, 2014, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

centrales hidroeléctricas

El Gobierno abre el proceso de venta de centrales hidroeléctricas

por Alejo di Risio para elDiarioAr

El Gobierno Nacional, a través del  Decreto 718/2024, avanzó con decisiones sobre las concesiones de las centrales hidroeléctricas del Comahue. Trece días antes de su vencimiento, otorgó una nueva prórroga a las concesiones existentes para las centrales de Alicurá, El Chocón, Cerros Colorados y Piedra del Águila. En ese mismo decreto, se llama a concurso público para avanzar en la privatización de hecho a cargo de la Secretaría de Energía, que tiene 180 días para llamar a concurso público nacional e internacional y vender la mayoría de las acciones de las centrales.

En un contexto en el cual la energía y el agua han sido focos de conflicto en la estabilidad macroeconómica nacional, la reciente decisión del gobierno de prorrogar las concesiones de las represas hidroeléctricas del Comahue plantea serias preocupaciones. La retórica privatizadora avanza sobre los proyectos de infraestructura, específicamente sobre los que venían más vulnerables: aquellos que se mantenían en un limbo legal de concesiones y parches regulatorios. Entre ellos están los contratos de concesión de las centrales hidroeléctricas Alicurá, El Chocón, Cerros Colorados y Piedra del Águila actualmente en manos de empresas privadas como AES (Alicurá), ENEL Generación (El Chocón Arroyito), Orazul Energy (Cerros Colorados) y Central Puerto (Piedra del Águila).

Las represas hidroeléctricas han sido una parte integral del sistema energético argentino, representando aproximadamente el 20% de la generación total de energía eléctrica. Su construcción fue realizada por el Estado nacional a partir de los años ‘60, con una inversión de alrededor de U$S 20 mil millones. Si bien se contó con préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco Mundial, estas represas también fueron financiadas gracias a los fondos específicos pagados por los usuarios de todo el país. Debido a la enorme inversión los períodos de amortización se calculan alrededor de 30 años, incluso con una rentabilidad anual de entre U$S350 y U$S400 millones. Si bien varía de central a central y depende de la inversión en mantenimiento, una vida útil de más de 60 años otorga enorme cantidad de divisas a largo plazo. 

Sin embargo, se calcula que al privatizarse Hidronor S.A. y las 19 represas hidroeléctricas el Estado recuperó aproximadamente U$S2 mil millones, alrededor de un 10% de su inversión. Por lo cual una inversión económica que hubiera sido redituable, representó una pérdida para las arcas estatales. La inversión y construcción fue pública, pero la renta fue privatizada en estas últimas décadas. 

El saldo de la privatización es negativo por donde se lo mire. Desde la desregulación y privatización del sistema eléctrico que se llevó a cabo durante el menemismo, el sector privado no ha aportado un diferencial deseable. No sólo en términos de divisas, sino en ninguna de las múltiples esferas de las cuales las grandes represas forman parte. El supuesto mercado libre y sistema de competencias que el neoliberalismo prometió, sólo dejó un oligopolio energético que tiende a fugar divisas, que no realiza nuevas obras, que no transfiere conocimiento tecnológico, que no invierte en mantenimiento y que no reduce tarifas. 

Ante la falta de planificación, las concesiones que ya vencieron fueron extendidas con prórrogas cortas. Parches regulatorios que postergaban la definición largo plazo, mientras vaivenes electorales evitaban una dirección clara en la política energética nacional. La senda del actual gobierno fue clara en lo discursivo, y la reciente aprobación de la Ley Bases otorgó el capital político que faltaba para avanzar en las privatizaciones. 

Incluso para un gobierno que enarbola el déficit como bandera, y para el cual la restricción externa por la ausencia de dólares es un nudo difícil de resolver, renunciar a la renta producida por la energía hidráulica no es una decisión financiera. Es una ceguera profundamente ideológica. En un sentido estratégico energético, la renta producida de las grandes represas existentes podría financiar proyectos de transición energética justa y popular hacia fuentes renovables. Una matriz energética fosilizada como la argentina está altamente dependiente del precio internacional de la energía y de los márgenes de ganancia de los privados en el sector. Pocos meses atrás hubo una pequeña crisis en este sentido, cuando el sector gasífero no alcanzó a equiparar la demanda y hubo que pedir de favor a Brasil un buque de gas natural licuado para evitar que hubiera hogares sin calefacción.

A medida que la crisis climática impacta cada vez más sobre la salud de las poblaciones, la discusión en torno a la urgencia y formas de las transiciones energéticas se vuelven cruciales. Si bien en nuestro país esta discusión no atraviesa el arco político, activos estratégicos como las represas tienen que ser vistas desde una perspectiva pública y social. Aunque no hay consenso intersectorial para nuevas construcciones de esta magnitud, la decisión sobre el destino de las ya existentes es necesaria. Durante el resto de su vida útil, las represas hidroeléctricas pueden funcionar como “baterías” de energía potencial, complementando otras fuentes renovables que son intermitentes, como la solar y la eólica. Pero este enfoque requiere una planificación integral que considere las necesidades del sistema energético en su totalidad y los diversos actores involucrados en la gestión de cuencas. 

Si bien operan bajo la lógica de ser estructuras generadoras de energía, estas enormes represas tienen un carácter multidimensional. La regulación pública es fundamental para enfrentar desafíos como la pérdida de glaciares y la disminución del caudal del río Paraná, asegurando que las decisiones sobre energía se basen en criterios multidimensionales. Solo a través de una gestión pública (en todas sus formas) adecuada se podrá avanzar hacia una transición ecosocial del sistema energético.

Las operadoras tuvieron su oportunidad de décadas de actuar bajo lógicas de mercado y con regulaciones laxas. Su búsqueda de maximizar beneficios ha derivado en una falta de inversión en infraestructura y un mantenimiento inadecuado de las instalaciones. A su vez, ha habido especulación con los niveles de los embalses para vender la energía al momento que más conviene, y retención del agua cuando la energía está más barata. Este modelo de gestión perjudica a su vez a usuarios cuenca abajo y genera impactos ecosistémicos que afectan el suministro hídrico y energético. Esto genera problemas debido a la multiescalaridad de una enorme infraestructura que cuenta con: financiamiento y concesión a nivel nacional, bienes naturales de control provincial y enormes impactos socioambientales a nivel local. Esta gestión requiere una intersectorialidad multiescalar y multisectorial. En este espíritu, las propuestas de Comité de Cuenca, con marcos interjurisdiccionales y visión integral, deberían incorporar el bien público y colectivo antes que la dependencia de decisiones privadas. 

De más está decir que el agua posibilita la vida en sentido biofísico. Pero en este contexto de crisis climática y eventos de clima extremo es necesario entender que el agua posibilita la vida también en términos culturales y sociales. Cuando en un territorio hay crisis hídrica, quien gestiona el agua y la energía tiene la capacidad de decidir qué sector productivo se reproduce o no. Retener masivos volúmenes de agua afecta los regímenes hidrológicos y transforma los ecosistemas y modos de vida de las poblaciones. Gestionar el agua se convierte entonces en un interés ambiental, estratégico y social, porque es gestionar un derecho humano, una fuente de reproducción y un insumo clave para la producción de la vida toda. 

La privatización de estos puntos nodales del sistema energético-ambiental demuestra a todas luces ser una estrategia fallida. La continuidad de este modelo, en última instancia, vuelve a evidenciar la profunda ceguera ideológica con la que actúa el gobierno de La Libertad Avanza. La gestión de las represas debería ser una cuestión de interés social, con el bienestar de la población en el centro y con la conciencia de que una salida gradual y ordenada del sistema energético actual es necesaria cuanto antes. Si bien el rol estatal es fundamental, para esto es necesario extender la noción de público más allá de lo estatal y explorar otras formas de lo público que incluyan la participación de sectores sindicales, cooperativos y comunitarios. 

RIGI: ORGANIZACIONES SANTAFESINAS SOLICITAN A LA LEGISLATURA PROVINCIAL RECHACEN LA ADHESIÓN

EXIGEN UNA AUDIENCIA PUBLICA PARA UN DEBATE DEMOCRATICO

Rosario 15 de Agosto 2024

El gobierno nacional avanza rápidamente, porque sabe que es su única herramienta, con la implementación de la Ley Bases y en particular del capítulo con respecto al Régimen de incentivo para las grandes inversiones . 

Por eso diferentes organizaciones de la sociedad civil, movimientos de trabajadores, pequeñas y medianas industrias, comerciantes, sectores académicos, educativos, científicos, sindicatos y organizaciones socioambientales nos unimos en el marco de las acciones plurinacionales del NO al RIGI. Por ello presentaremos este Jueves 15 de Agosto en la Legislatura de Santa Fe un nota solicitando a ambas cámaras que rechacen la adhesión a este régimen que solo beneficia a los grandes capitales, promoviendo la concentración de la renta y la riqueza en nuestra Provincia, destruyendo la economía local, las pequeñas y medianas industrias, y avanzando con la degradación ambiental en nuestro territorio.

Este régimen vulnera manifiestamente los derechos que la misma constitución nacional resguarda en términos ambientales y federales, mientras que al mismo tiempo no protege ni ampara de ninguna manera la producción económica local. 

Por estas razones vamos también a pedir una convocatoria a una audiencia pública para garantizar las voces de todos los espacios de la sociedad frente al avance unitario arrasador y que se discuta democráticamente y puertas abiertas en la legislatura provincial los negativos impactos sociales, ambientales, políticos y económicos del RIGI.

Queremos asegurar las leyes provinciales. 

Queremos una producción que respete las normas que ya existen. 

Queremos la no regresión ambiental, en un espacio que ya está amenazado y que no respeta las condiciones de vida de todos y todas. 

Queremos que el agua sea un derecho humanos de las comunidades y no un insumo de las grandes corporaciones nacionales y transnacionales

Convocamos a una rueda de prensa el jueves 15 a las 11.30 hs en hall de ingreso de la Legislatura de la Provincia de Santa Fe para profundizar el petitorio elevado a los representantes parlamentarios.  

Firman

Asociación Civil Salud Socioambiental

Asociación Argentina de Abogados y Abogadas Ambientalistas 

Colectivo de Acción por la Justicia Ecosocial

Taller de Comunicación Ambiental

Multisectorial Humedales Rosario

Taller Ecologista

Asociación Civil Tramatierra – Biocolectivo por la Sustentabildad

Ciclo de Ecología Cultural Fontanarrosa

Centro de Protección de la Naturaleza (CeProNat)

Capibara 

Paren de Fumigarnos Santa Fe

El Paraná no se Toca 

Asociación Civil Inundación Nunca Más 

Red de Comunicadores del Mercosur – Santa Fe

STS Rosario

Vecin@s Autoconvocad@s la 18

Movimiento de Trabajadores Excluidos

Asociación Civil Amigos de la Reserva de Villa Gobernador Gálvez.

APYME – Asamblea de Pequeños y Medianos Empresarios Delegación Rosario

AMSAFE Rosario

Sadop Rosario 

Sindicato de Empleados de Correos y Telecomunicaciones 

Asamblea por los Derechos Sociales

La Cultural de la Costa 

Asamblea Pueblo Esther por la Vida

Movimiento Regional en Defensa de los Humedales – Cordón Industrial

Biblioteca Popular Susana Llera de Funes

Ambientalistas de Baigorria

Proyecto Revuelta

CTA Santa Fe 

Eco Candioti Ltda

Sindicato de prensa Rosario

Asociación Civil Frente Barrial CTA Santa Fe

AMSAFE CTRA 

Federación de Trabajadores de la Energía, Industria y Servicios Afines

Federación de Cooperativas de Trabajo RED MAYO Limitada.

Programa de TV Onda Verde – Santa Fe

Asociación Civil Manos Vivas

Asociación Civil de Docentes de la UNL

CTA Autónoma Provincia de Santa Fe

Biblioteca Popular Amanecer – Arroyo Leyes

Centro de Jubilados y Pensionados 1º de Mayo – CTA

Asociación de Prensa Santa Fe

Vecinos Autoconvocados por la Vida y el Ambiente – Sastre / Maria Juan

Asociación Civil Pro Amas de Casa de la Provincia de Santa Fe

Cooperativa de Trabajo Germinar Ltda

Cooperativa de Trabajo La Comarca Ltda

Cooperativa de Trabajo Escuela de Pacientes Ltda

Cooperativa de Trabajo Aguara Ltda

Lxs Safinas Rosario

Aceiteros Rosario

Materia Salud Socioambiental

Instituto Salud Socioambiental

Salvemos los Humedales Villa Constitución 

Asociación de Empresarios y Empresarias Nacionales  para el Desarrollo Argentino 

SADOP Seccional Santa Fe 

HIJOS Rosario

Colectiva Ecofeminista La Verdecita

Cátedra del Agua UNR

Baigorria Verde

Programa Crónicas de Baigorria

Programa Lado V

Intersectorial Isla de los Mástiles

Los Bajos No Se Tocan

Comunidad mapuche urbana Rosario xavn inay leufv

Red ecosocialista 

Marcha Plurinacional de los Barbijos

COaD Docentes e Investigadores de la UNR

ATE Rosario 

Arte Por Libertad 

S.O.S. Caballos

AMURA

Asociación Civil Protegiendo Nuestros Árboles 

XR Rosario

Equipo Transiciones: Una coalición de organizaciones sociales y ambientales propone salidas a la crisis

Buenos Aires, 8 de agosto de 2024 – 

La crisis multidimensional que enfrenta nuestro mundo exige respuestas urgentes, profundas y radicales. En este contexto, el lanzamiento del Equipo Transiciones surge como una iniciativa audaz. Un equipo de equipos que viene a articular esfuerzos y trazar un camino hacia una Transición Ecosocial Justa en Argentina.  Busca dar respuestas urgentes y radicales que apuntan a una transformación general de la sociedad, y se orienten hacia un horizonte de sostenibilidad y de cuidado de la vida.

El Equipo Transiciones celebró con éxito su presentación pública el pasado 7 de agosto en el Auditorio de ATE, ubicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. A sala llena, se dio inicio a una serie de  propuestas y debates orientadas hacia la construcción de una Transición Ecosocial Justa en Argentina. Días previos al evento, se lanzó el documento “Lineamientos por una Transición Ecosocial Justa en Argentina”, en el cual se desarrollan más profundamente los temas y ejes del Equipo. Es la primera publicación de una serie de documentos complementarios en los cuales se desarrollan investigaciones conjuntas, hallazgos y propuestas para seguir en este proceso.

Vivimos una crisis multidimensional que requiere de narrativas transformadoras, pero sobre todo propuestas concretas de Transición Ecosocial Justa, a nivel multiescalar. Esto supone construir también una agenda de cambio desde y para la Argentina, desde una perspectiva holística, integral que abarque tanto la transición energética como la transición social productiva, alimentaria, laboral y urbana.

Es en esa coyuntura que nace en 2023 el Equipo Transiciones, como equipo de equipos. Un grupo diverso y comprometido de organizaciones y colectivos> el Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur (capítulo argentino), el Colectivo de Acción por la Justicia Ecosocial (CAJE) y Asociación de Abogades Ambientalistas de Argentina, el Grupo de estudios en Geopolítica y Bienes Comunes (GYBC), el Taller Ecologista, Trama Tierra, Observatorio Observatorio Petrolero Sur (OPSur), el Instituto de Salud Socioambiental (INSSA), el Centro de Documentación e Investigación de la cultura de Izquierdas (CeDInCI), el Centro Interdisciplinario para el estudio de Políticas Públicas (CIEPP), la Fundación Rosa Luxemburgo (FRL-oficina Cono Sur), la Asociación Argentino-Uruguaya de Economía Ecológica (ASAUEE), el Grupo de Investigación sobre Economía Ambiente y Sociedad (GEEAS), y diferentes especialistas que hacen parte de redes de investigaciones y experiencias colectivas.

La presentación, que contó con la moderación de la periodista Ana Cacopardo, contó con distintos desarrollos dimensionales. Maristella Svampa dio inicio a la jornada subrayando la urgencia de transformar el actual modelo de acumulación capitalista, señalando que “debemos cambiar el modelo de acumulación del capitalismo, el actual nos lleva al colapso ambiental”. Svampa también destacó la necesidad de avanzar hacia “un modelo que apunte a otro modo de habitar  el territorio”.

El economista Rubén Lo Vuolo enfocó su intervención sobre el Estado Ecosocial en la importancia de reorientar las políticas públicas con un enfoque preventivo. Afirmando que “tenemos que organizar las políticas públicas con un criterio preventivo, o lo que se llama en el debate actual políticas de prevención. Y esto lo tenemos que hacer en el contexto de un pacto intergeneracional.” Lo Vuolo enfatizó que “no hay lugar para ambiciones máximas en una sociedad del colapso climático. Las garantías deben ser universales, no se puede dejar librado al mercado. Tiene que ser política pública que ofrezca garantías. El ejemplo claro fue en la época de la pandemia”. Añadió, además, que “los principales responsables de lo que está pasando en el planeta son los grupos sociales opulentos”, y que “de lo único que no podemos escapar es de la crisis climática”.

En su intervención, el economista Francisco Cantamutto abordó la relación entre la deuda ecológica y la deuda externa, cuestionando “¿De dónde sale la deuda que atraviesa la mayor parte del sur global? Se utiliza en términos generales para generar una supuesta estabilidad macroeconómica, compensando desbalances que se van por otro lado. En otras palabras, fuga.” Cantamutto fue enfático al señalar que “no podemos separar los Derechos Humanos del derecho a estar en un ambiente sano”, y subrayó la importancia de realizar auditorías sobre la deuda y de “construir alianzas internacionales en ese sentido”.

El ingeniero Pablo Bertinat expuso sobre la necesidad de cuestionar el sistema energético actual, afirmando que “es necesario pensar en un diagnóstico sistémico, en lo que nos hace ruido y en lo que no estamos de acuerdo del sistema energético actual. No puede ser solo un cambio de fuentes. Debemos decir que no solo es un sistema energético fósil, sino fuertemente desigual y neoliberal.”

Corina Rodríguez Enríquez profundizó en la injusticia inherente a la organización social de los cuidados, argumentando que “la organización social de los cuidados es injusta porque está racializada, sentada en las dinámicas de las migraciones.” En su análisis, destacó que “para avanzar en estas estrategias el paradigma que se ha ido consolidando en la región es el de sistemas integrados de cuidado, y aquí es donde aparecen como centrales el Estado y las políticas públicas.” Rodríguez Enríquez también mencionó la necesidad de “ampliar la agenda de cuidados para reconocer el conflicto central del Capital-Vida,” y propuso “redefinir los cuidados desde la perspectiva que nos aportan los ecofeminismos en el concepto de Cuerpo-Tierra-Territorio.”

Finalmente, Cecilia Anigstein planteó un interrogante central en el contexto de la transición ecosocial: “¿Es posible una transición trabajo-intensiva con una reducción de la jornada laboral que ponga la tecnología al servicio de los derechos humanos y de la naturaleza?”

La presentación pública del Equipo Transiciones continuó el 8 de agosto, con una jornada de plenario y debate, donde diversas organizaciones sociales y ambientales se reunieron para avanzar en la construcción de una red de trabajo compartido. Si bien el escenario nacional y geopolítico es manifiestamente adverso, marcado para el caso de nuestro país por un gobierno de extrema derecha, hubo acuerdo en que es un momento para la discusión y construcción colectiva, para unir fuerzas y elaborar agendas comunes y radicales que permitan encontrar salidas a la crisis múltiple que enfrentamos.

Desde el Equipo Transiciones, reafirman su compromiso de seguir articulando esfuerzos para enfrentar la crisis múltiple que atraviesa nuestra sociedad. Las propuestas presentadas, junto con el documento “Lineamientos por una Transición Ecosocial Justa en Argentina” y los siguientes a publicarse, servirán de base para construir colectivamente un horizonte de justicia ecosocial en nuestro país.

¿Río Paraná o Hidrovía?

Existe una confusión cada vez más generalizada entre ambos términos, pero el Paraná, ese majestuoso río, es mucho más que un canal de navegación de grandes buques exportadores.

por Renata Nicora Chequín y Enrique Viale para elDiarioAr

https://www.eldiarioar.com/opinion/tribuna/rio-parana-hidrovia_129_11544286.html

El río Paraná y el río Paraguay son utilizados como un corredor fluvial de transporte que une los puertos de Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Además, por allí sale hacia el mundo la mayor parte de la producción agroexportadora de granos y subproductos a través de puertos privados. Son venas de desangrado, donde la ausencia de control es la regla y mediante las cuales se saquean a los países de nuestra región. Es por ello que existe una confusión cada vez más generalizada de nombrar al río Paraná como “Hidrovía”. En nuestro país, a este término lo utilizan medios de comunicación, funcionarios, gobernadores y dirigentes de casi todas las fuerzas políticas. La confusión surge porque el nombre de la empresa que hace años tiene el manejo económico-fluvial del río es Hidrovía S.A., una sociedad integrada por la empresa belga Jan de Nul y la local Emepa (ya retirada). Fue en la década menemista (año 1995) cuando el gobierno nacional le concedió las tareas de dragado y balizamiento del río y, desde entonces, cobra un peaje a las embarcaciones de ultramar que pasan por allí. En el año 2010, la concesión se renovó hasta abril de 2021, siendo hoy una gran oportunidad para que el Estado recupere algo de control sobre una de las cuencas más importantes de América Latina.

Pero en épocas donde manda el dios mercado, el Gobierno pretende licitar nuevamente el control de la navegabilidad del río, con un fuerte lobby de Eduardo Eurnekian y Mauricio Macri a favor del consorcio holandés Boskalis Dredging International. El plan del Gobierno también prevé la eliminación del “Consejo Federal de la Hidrovía”, creado en el 2020, y en el que estaban representadas las provincias ribereñas. Sumado a esto, este plan pretende transferir el manejo del proceso mencionado al Ministerio de Economía y quitársela a la Administración General de Puertos Sociedad del Estado, a quien el gobierno de Alberto Fernandez se lo había otorgado en el año 2021. Todo un procedimiento en el que no se prevén mecanismos de contralor estatal.

El Paraná es un río de vida 

En la reciente estrenada película “Por el Paraná” (di Risio & Gonzalez 2023) se retrata una travesía a lo largo del río y en la cual se evidencian las tensiones entre los proyectos exportadores globales, la naturaleza y las comunidades humanas que habitan una de las la cuencas hídricas más importante de Sudamérica.

Es que el Paraná, ese majestuoso río, es mucho más que un canal de navegación de grandes buques exportadores. Cualquier litoraleño lo sabe, en sus orillas sucede de todo: este complejísimo ecosistema es hogar, fuente de trabajo y recreación de las 12 millones de personas que viven en su cuenca. Grandes ciudades como Corrientes, Paraná, Rosario, Resistencia, entre muchas otras, tienen a este río como centro de sus vidas. No por casualidad el arte le ha dedicado tantas obras a este río: canciones, pinturas, poemas y cuentos. ¿Alguna vez viste un atardecer a su vera? ¿Alguna vez te adentraste en alguno de los bosques ribereños de sus afluentes, donde la naturaleza te toca y te transforma? Hacelo y vas a ver que el Paraná no es solo una vía fluvial para el transporte de materias primas.

Como seres sensibles a la diversidad de expresiones de la vida y atravesados por la magnitud de este caudal, estamos convencidos de la necesidad de conformación del Comité de Cuenca del río Paraná en el tramo nacional, a los efectos de un ejercicio de visión y gestión generalizada e integral, tal como el río se merece. Esto debe darse respetando su biodiversidad, mucho más allá de aquella mirada limitada y focalizada en una mera vía de circulación de mercaderías. Debemos entender nuestro impacto como seres humanos en la heterogeneidad de ambientes naturales que existen en una cuenca como la del Paraná. A lo largo de su recorrido encontramos distintas comunidades de bosques, pastizales y humedales que son utilizados por bacterias, animales y funga como fuente de alimento y refugio. En conjunto, las asociaciones de plantas y quienes las habitan, han evolucionado en relación directa con las variables ambientales locales como los regímenes de lluvia, temperatura, humedad y tipo de suelo, y contribuyen a crear las condiciones ambientales que nos favorecen como seres humanos y de las cuales hacemos uso.

Recientemente la Asociación Argentina de Abogadas/dos Ambientalistas, el Colectivo de Acción para la Justicia Ecosocial y la Fundación la Hendija lanzaron el informe “Propuestas urgentes hacia la sanación del Delta Argentino. Un núcleo de propuestas para recuperar los ecosistemas afectados del Delta del Paraná tras las múltiples afectaciones recibidas en los últimos años, como los devastadores incendios, la bajante de la cuenca del Paraná o los procesos de pampeanización. El informe plantea una hoja de ruta en las políticas públicas necesarias y propuestas que buscan el desarrollo de una transición ecosocial destinada a lograr la restauración y recomposición integral del Delta, su sanación. La utilización del término sanación se asienta sobre la necesidad y urgencia de un tratamiento humilde, de igualación con los otros seres  que intentan aún habitar, sobrevivir, perdurar. 

El Paraná tiene derechos 

Con este contexto, el desafío del momento es abandonar la hegemónica idea de conquista, colonización y explotación de la Madre Tierra, en el marco de un cambio civilizatorio profundo que implique el pasaje de un paradigma antropocéntrico a otro de carácter sociobiocéntrico. Es que el río Paraná (y sus afluentes) tiene derechos: el primero y fundamental es que se respete integralmente su existencia, funciones y procesos evolutivos. También, entre otros, a vivir libre de actividades y obras que alteren su capacidad de sostener y recomponer a los ciclos vitales y ecosistemas que de él dependen.

Y hay antecedentes en el mundo sobre esto:

Mediante la sentencia T-622 de 2016, la Corte Constitucional de Colombia reconoció al río Atrato como sujeto de derechos, con miras a garantizar su conservación y protección. Para ello, se le ordenó al gobierno nacional que eligiera un representante legal de los derechos del río. Y dijo: “En síntesis, sólo a partir de una actitud de profundo respeto y humildad con la naturaleza, sus integrantes y su cultura es posible entrar a relacionarse con ellos en términos justos y equitativos, dejando de lado todo concepto que se limite a lo simplemente utilitario, económico o eficientista.”

Sobre la base de estos argumentos, la Corte colombiana no solo consideró los derechos fundamentales de las personas afectadas por las actividades de­sarrolladas en torno al río Atrato sino que también evaluó su propia vida, no en términos de explotación económica, sino en términos de su valor intrínseco. Anotemos también que en Colombia cinco ríos ya han adquirido derechos propios.

Otro fallo histórico de la Corte Suprema de Colombia data del 5 de abril de 2018 y reconoce a la Amazonía como sujeto de derechos.

En Europa también hay antecedentes, el Senado español aprobó una ley histórica en septiembre de 2022: convirtió a la laguna del Mar Menor en el primer ecosistema de Europa con personalidad jurídica propia, al igual que las personas humanas o las empresas.

La necesidad de un ordenamiento ambiental de los territorios

La ausencia de ordenamiento ambiental de los territorios es una constante en nuestro país.

Los actuales ordenamientos territoriales que se realizan en gran parte de nuestro país nada tienen que ver con un enfoque del desarrollo territorial integral, que contemple tanto la satisfacción de las necesidades sociales y económicas de la población como la sustentabilidad ambiental de los territorios. En realidad son los grandes intereses económicos los que terminan definiendo la normativa y perfil territorial en el país, a medida de sus incumbencias lucrativas.

Y todo ello está exacerbado en las provincias atravesadas por el Paraná. En Corrientes, Chaco, Santa Fe, Entre Ríos, Buenos Aires, quien decide que se impone en los territorios son los sectores concentrados del agronegocio (agricultura y ganadería extensiva y forestales) y no el interés general a través de procesos participativos-vinculantes y en base a conocimientos científicos sobre los ecosistemas. La sistemática ausencia de un proceso verdaderamente participativo para el ordenamiento y diseño territorial, acorde con las leyes de la naturaleza lleva a pasivos socio-ambientales que paga toda la población con inundaciones, incendios, sequías, contaminación del aire, la tierra y cuerpos de agua, mortandad de animales, falta de acompañamiento de estado a las propuestas alternativas de producción, éxodo rural, etc.

Un ejemplo paradigmático de cómo los negocios son los que “ordenan” el territorio es el proyecto de Ley que el Poder Ejecutivo de la provincia de Entre Ríos envió recientemente a la Legislatura provincial que posibilitará la venta de bienes inmuebles del Estado Provincial a través de la conformación de una Agencia Administradora de Bienes. El Estado provincial es titular de aproximadamente 188.773 hectáreas de islas en el sistema de humedales del Delta entrerriano. El proyecto no otorga ningún tipo de excepciones por lo que podrían venderse para su transformación lo que provocaría un daño ecológico inimaginable. No podemos habilitar su mercantilización: el Delta, con todos sus bienes públicos, están fuera del comercio y las islas como sistema son inalienables e imprescriptibles conforme a sentencias de la propia Corte Suprema de Justicia de la Nación. Debemos proteger sus esenciales funciones ecológicas y sociales, garantizando la conservación de este complejo sistema de humedales, considerando sus especiales funciones ecosistémicas y resguardando su integridad ecológica, la calidad del agua, biodiversidad y paisajes, así como sus valores culturales y los derechos de sus pobladores.

Por su parte, en la provincia de Corrientes, la industria forestal de especies exóticas (pino y eucalipto) ya superan las 500.000 hectáreas convirtiéndola en la provincia más forestada del país (con un crecimiento del 84% con relación al año 2013). Este crecimiento vertiginoso se hizo sin ninguna planificación territorial que contemple algo más que la obtención de ganancias extraordinarias por parte de las poderosas corporaciones forestales. Existe sobrada evidencia científica y empírica de que la transformación de los pastizales naturales de esta provincia por monocultivos forestales, son los que facilitan la ocurrencia y propagación de incendios que aquejan a este sector de la cuenca del Paraná.

Cruzando el puente, la provincia de Chaco, acaba de recibir un (re) ordenamiento territorial a medida del agronegocio, modificando el mapa de la Ley de Bosques Nativos para permitir el desmonte de cientos de miles de hectáreas de monte nativo. Los ambientes naturales sanos y conectados entre sí, son fundamentales para afrontar los eventos climáticos extremos como épocas de sequías e inundaciones. 

No es casual que los lobbies más fuertes en contra el proyecto de Ley de Humedales (que pretende ordenar ambientalmente el territorio para su protección y uso racional) sean de la poderosa industria forestal y del resto del agronegocio (sojeros, arroceros y ganaderos). Una característica común de todas las figuras extremas del extractivismo es la invisibilización de la diversidad biológica y cultural que existe en los territorios donde pretende avanzar, desestimando -deliberadamente- su importancia, para poder así imponerse.

Con una vertiginosa lógica de mercado se consolida un modelo de acumulación por desposesión, que conduce a la concentración de la propiedad de la tierra (el territorio) e implica el desprecio por el ambiente, la naturaleza y los bienes comunes. Paralelamente se va dando un proceso de extranjerización de la tierra que, por ejemplo en Corrientes, ya se acerca al millón de hectáreas de las aproximadamente 9 millones totales de la superficie rural total de la provincia.

Debemos avanzar en un correcto ordenamiento territorial, con parámetros ecosistémicos y biológicos y participación ciudadana. Es fundamental cumplir y promover procesos de ordenamiento territorial ambiental en todo el territorio de la cuenca del Paraná, en base a los principios ambientales y con participación ciudadana permanente (artículos 9 y 10 de la Ley General del Ambiente). Ese ejercicio de planeamiento estratégico participativo ambiental será un mecanismo de fortalecimiento de la democracia en la materia y prevendría fragmentadas (e interesadas) decisiones legislativas y administrativas que van generando daños ambientales graves y acumulativos irreversiblemente.

Insistimos, debemos batallar por el cambio de la mirada simplificada, utilitarista, de provecho inmediato que el ser humano tiene sobre la Naturaleza, y más en nuestras latitudes cooptadas por el extractivismo desde inicio de la conquista por parte de los pueblos septentrionales, desde hace ya 5 siglos. Esa sesgada mirada que se tiene hacia la Naturaleza sólo como fuente de extracción, como objeto a ser explotado hasta el infinito (como si eso fuese posible). En palabras del gran teólogo Leonardo Boff, “de amos y señores, a ser hermanos y hermanas entre nosotros y con todas las criaturas”. Esta nueva óptica implica una nueva ética de responsabilidad compartida, de cuidado y de sinergia para con la Tierra“. 

El río Paraná no es la Hidrovía… es la fuente de vida de nuestros territorios.

CAMINAR EN PAZ CON LA TIERRA: Requisito para la Paz entre los humanos

por Alberto Acosta, Enrique Viale1

No hay un camino para la paz, la paz es el camino”

Gandhi

Aceptemos, sin rodeos, que la Humanidad se encuentra en una encrucijada. Si seguimos por la misma senda, en el mejor de los casos, apenas una parte de sus miembros podrá sobrevivir el colapso ecológico. Aceptar ese destino nos resulta intolerable. Requerimos un golpe de timón, con transiciones que permitan, simultáneamente, paliar los impactos del colapso, que nos agobia, mientras apuntalamos, construimos y reconstruimos otras formas de vida acotadas a los ciclos ecológicos en clave de justicia social y de democracia radical.

Para lograrlo, construyamos alternativas de salida de la actual civilización de la mercancía y el desperdicio como lo haría Picasso, cuando pintaba sus grandes obras. El artista malagueño solía sobreponer varias perspectivas diferentes de una misma imagen hasta crear un cuadro donde lo bello y lo abstracto se unían magistralmente. Reconociendo lo complejo de la tarea, usemos su método para plantear opciones múltiples –superpuestas, temporales y sucesivas– ante el sinsentido creado por la civilización del capital.

Por eso, hoy más que nunca, creemos que se precisa multiplicar los esfuerzos para caminar en Paz con la Naturaleza en Nuestra América, que se encuentra tironeada por fuerzas contrarias, unas que alientan más y más destrucción y otras que la defienden. En Argentina, el gobierno refuerza el extractivismo y amenaza con desmontar las leyes ambientales, propone una cacería de ambientalistas, exacerbando la desigualdad y el conflicto social bajo un régimen autoritario que prioriza intereses corporativos. En Ecuador, un gobierno de transición celebra acuerdo con grandes corporaciones mineras mientras desata violentas acciones en contra de las comunidades que defienden sus territorios para así profundizar aún más la explotación de recursos naturales. En otros países, incluso con gobiernos progresistas, como Brasil y Colombia, se mantiene la expansión de extractivismos de todo tipo. Mientras tanto, en todas partes se multiplican las resistencias para proteger los territorios, en tanto espacios de vida.

Teniendo como telón de fondo este conflictivo escenario, celebramos el empeño del gobierno colombiano que prioriza la Paz con la Naturaleza como tema central en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Biodiversidad – COP 16, que se celebrará a fines del año en Cali, Colombia.

Derechos Humanos y Derechos de la Naturaleza, una dupla de vida

La defensa y la protección de los territorios resulta fundamental para convivir en Paz. La destrucción de la Naturaleza afecta las bases mismas de la existencia y exacerba los conflictos sociales. En la práctica, para superar este camino hacia la autodestrucción, debemos impulsar la vigencia combinada de los Derechos Humanos y de los Derechos de la Naturaleza: se trata de una sumatoria de derechos existenciales para garantizar la vida digna de seres humanos y no humanos.

Como punto de partida, aceptemos que no puede existir ningún derecho que permita o aliente explotar inmisericordemente a la Madre Tierra y menos aún destruirla, sino solo un derecho a una convivencia ecológicamente sostenible. Las leyes humanas y las acciones de los humanos, entonces, deben armonizarse y concordar con las leyes de la Naturaleza. Desde esa perspectiva, la vigencia de estos derechos existenciales responde a las condiciones materiales que permiten su cristalización y no a un mero reconocimiento formal en el campo jurídico. Su proyección, por tanto, debe superar los enfoques que entienden los derechos como compartimentos estancos, pues su incidencia debe ser múltiple, diversa y transdisciplinar.

La tarea parece simple, pero es compleja. Bien sabemos que el derecho es un terreno en disputa. El reto es superar el divorcio entre Naturaleza y Humanidad. Hay que propiciar una suerte de reencuentro, algo así como volver a atar el nudo gordiano de la vida roto por la fuerza de una concepción civilizatoria depredadora e insostenible. Es decir, se trata de superar la división ideológica entre la Naturaleza y las culturas. Empalmando ambas, incluso la política cobra una renovada actualidad.

Y ese reconocimiento nos lleva a constatar cómo los humanos, sobre todo al estar organizados alrededor de la acumulación del capital, estamos ejerciendo múltiples violencias, es decir guerras contra la Tierra. Nos toca, entonces, superar tanta aberración.

Detener las guerras contra la Tierra y todos sus habitantes

Urge parar las guerras, sean de baja, mediana e incluso de alta intensidad. Guerras que provocan daños paulatinamente o de forma violenta, muchas veces con profundos e irreversibles impactos a la Naturaleza. Se trata de acciones bélicas derivadas de relaciones socioambientales que emanan de la codicia del capital, tanto como de estructuras asimétricas, opresivas y jerarquizadas, como lo es el patriarcado.

En este ámbito bélico la pérdida de biodiversidad es una constante. La fragmentación, degradación y hasta desaparición de selvas, bosques, ríos, páramos, humedales, manglares, salares y otros ecosistemas, que afectan sus funciones ecosistémicas, están a la orden del día. Las especies, en consecuencia, también desaparecen aceleradamente. Los incendios devastadores tanto como las gigantescas inundaciones alentadas por los cambios en el clima, la desertificación de la tierra a partir de los monocultivos, las fumigaciones con agrotóxicos, las extracciones de petróleo, la megaminería o los monocultivos, arrasan con territorios enteros. La huella ecológica de la especie humana -desigualmente distribuida- supera la capacidad biológica de la Tierra. Y la pobreza, tanto como la creciente inequidad social y la destrucción de comunidades, se agravan también como resultado de estas guerras suicidas desatadas por la codicia del capital.

Con justa razón, en la quinta sesión de la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, celebrada en el año 2021, el Secretario General, Antonio Guterres, afirmó que

hacer las paces con la Naturaleza requiere comprender que nos enfrentamos a una triple crisis que entrelaza el cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad; se trata de una guerra suicida contra la Naturaleza, ya que, sin ella, la Humanidad no podría existir en el planeta.

Para impulsar esas paces que reclama Guterres, tenemos que empezar por entender que “el modo capitalista vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida, ese proceso se ha llevado a tal extremo, que la reproducción del capital solo puede darse en la medida en que destruya igual a los seres humanos que a la Naturaleza”, en palabras del filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverria.

Aceptémoslo, la desconexión del ser humano con la Naturaleza ha provocado una guerra encarnizada en su contra. No acabamos de entender que la Naturaleza tiene ciclos propios, que no pueden ser afectados por los humanos, sin que ella reaccione y se rebele. Entendamos que la creciente mercantilización y cosificación de la vida en todos sus órdenes configuran un sendero minado que conduce inexorablemente al terricidio.

Superar la civilización que sofoca la vida

Hacer las paces con la Tierra y desde la Tierra implica, entonces, disponer de agendas consensuadas por los pueblos para la acción teniendo en la mira superar los dispositivos de muerte imperante. Para lograrlo precisamos identificar con claridad todas las guerras que le agreden a la Tierra, en sus múltiples frentes y formas.

Tenemos como eje civilizatorio un sistema económico que sobreexplota y contamina sistemáticamente nuestra base de existencia. El productivismo y el consumismo bombardean inmisericordemente a la Madre Tierra. Los extractivismos representan brutales invasiones sobre múltiples territorios. Los monocultivos y las falsas soluciones, como son los mercados de carbono o las semillas transgénicas, cañonean brutalmente la biodiversidad. La homogeneización del consumo acelera los ritmos de destrucción con enormes impactos ambientales por el distante transporte de alimentos, para mencionar apenas un punto crítico.

A todo esto, se suman las conflagraciones propiamente dichas: entre los pueblos o contra los pueblos, como lo es el genocidio desatado por el Estado sionista en Palestina, que arrasa no solo con los humanos sino con la misma Naturaleza.

A la par debemos enfrentar aquellas guerras encubiertas. Nos referimos a las formas de percibir, interpretar y experimentar la Naturaleza, que parten, en concreto, de aquella suposición civilizatoria que considera a los humanos por fuera e incluso encima de ella para dominarla. Ese posicionamiento supone un impulso bélico inmerso en las violencias epistémicas y ontológicas que terminan por alentar el cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad, así como todo tipo de depredaciones a la Naturaleza, siempre en nombre del “progreso” y del “desarrollo”. Y todo con una reverencia perversa al potencial de la ciencia y la tecnología, que en muchas ocasiones actúan también cual armas de destrucción ambiental.

Estas visiones conducen al mantenimiento de un universo cultural, el que, en esencia, nos impone la idea de que sólo hay una forma de estar en el mundo. Al negar el pluriverso se invisibiliza, desprecia, violenta o incluso elimina las diversidades biológicas tanto como las diversidades culturales existentes. De allí surge la uniformización del concepto Naturaleza y con ello inclusive se cierra la puerta a otras visiones, muchas de ellas portadoras de potentes elementos transformadores. Por eso quizás mejor hablemos de Tierra, de Tierra en clave cósmica, antes que simplemente de Naturaleza, un concepto que puede tener diferentes lecturas, por lo demás.

Es decir, hay que asumir todos estos retos sin caer en la trampa de negociar simplemente límites o parches para seguir tolerando la contaminación y la destrucción de las bases de la vida misma, tal como se lo ha hecho en todas las COP hasta ahora. Ese sinsentido puede reeditarse en Cali, por más buenas intenciones que tenga el gobierno colombiano, pues bien sabemos que en el marco de Naciones Unidas se impone la voluntad de los gobiernos y de las corporaciones, y no necesariamente la de los pueblos.

Caminar con la Paz, en clave de pluriverso

En perspectiva de Paz con la Tierra debemos aceptar y respetar la diversidad en todos los órdenes: vidas, culturas, pensamientos y por supuesto biodiversidad. Es decir, la pluralidad de formas de estar con la Naturaleza y de ser Naturaleza, puesto que los humanos somos Naturaleza. Esa aceptación nos abre la puerta para entender las diversas formas de asumirla como Pacha Mama o Madre Tierra, así como muchas otras formas de relacionarse con la Naturaleza provenientes de la indigenidad: como la entendía nuestro amigo Aníbal Quijano. Aquí caben inclusive algunas lecturas que podríamos entenderlas como derivadas de la misma Modernidad, pero que, en esencia, también apuntan a su superación.

Todas estas no son aproximaciones que cierran los horizontes a visiones parciales, sino que, por el contrario, las abren potenciando otras cosmovisiones, alentando el pluriverso, es decir “un mundo donde encajan muchos mundos”, en el que puedan coexistir y prosperar en dignidad y respeto mutuo todos los seres humanos y no humanos. No más “un mundo desarrollado” que viva a expensas de los demás mundos, como sucede tan cruelmente en nuestro tiempo.

Dicho lo anterior, la Paz en la Tierra no implica solo el silencio de las armas. Demanda, por igual, frenar todos esos procesos que generan daños irreversibles sobre el entorno -del que formamos parte-, daños que afectan a las comunidades locales y a la Humanidad, daños que configuran muchas veces delitos de ecocidio. Esta tarea exige construir mundos sustentados en la reciprocidad, la relacionalidad, la complementariedad, la correspondencia, la resonancia, la solidaridad…

A la par que se detienen las acciones de destrucción precisamos alentar aquellas de construcción y reconstrucción de otras formas de vida social y ecológicamente sostenibles. Todo esto demanda un giro copernicano en todos los órdenes para dejar atrás la actual civilización, que debe ser estructuralmente superada. “Hay que poner el mundo patas arriba”, pues la Tierra “se podría sanar solo con la inversión de los valores establecidos y la revolución de las prioridades económicas”, concluye la filósofa ecofeminista Carolyn Merchant.

En la actualidad se multiplican las acciones alternativas en diversos ámbitos y desde diversos territorios. Si ponemos algo de atención y -figurativamente hablando- hacemos silencio, podemos escuchar el futuro respirar. Hay innumerables procesos sintonizados con el pluriverso, tanto como propuestas de cambios estructurales. En este punto, visiones, valores, principios, experiencias y prácticas como las de los buenos convivires provenientes de las culturas originarias, sin idealizarlas al nivel inútil de modelos o de esencializarlas desconociendo sus limitaciones, representan oportunidades para impulsar cambios profundos.

Hacer la Paz con la Tierra también significa reconocer su agencia y la red de relaciones socioculturales inmersas en ella. Se trata de reparar territorios contaminados y de desmantelar aquellas infraestructuras destructoras, tanto como cambiar los sistemas de producción y las prácticas de consumo depredadoras. Esto nos invita a apelar a la imaginación y a la audacia. Requerimos pasar, en palabras del gran teólogo Leonardo Boff, “de amos y señores a ser hermanos y hermanas entre nosotros y con todas las criaturas. Esta nueva óptica implica una nueva ética de responsabilidad compartida, de cuidado y de sinergia para con la Tierra”.

Y en este contexto los Derechos de la Naturaleza -justicia ecológica-, caminando de la mano de los Derechos Humanos -justicia social-, nos dan pistas para enfrentar el colapso ecosocial, tanto como para impulsar y construir todas las alternativas que garanticen la vida digna para todos los seres en la Tierra. Es decir, estos derechos existenciales sirven para reparar y restaurar, tanto como para prevenir, al tiempo que sientan las bases para construir una justicia existencial global.

La Tierra condición básica para la vida, la equidad y la libertad

Si aceptamos que es necesaria una nueva ética para reorganizar la vida en el planeta, nos toca aceptar que todos los seres vivos tienen el mismo valor ontológico, lo que no implica que todos sean idénticos; esta aproximación articula la noción de la “igualdad biocéntrica”, en la que, según Eduardo Gudynas, todas las especies vivas tienen la misma importancia y por lo tanto merecen ser protegidas. Y en este empeño precisamos crear las condiciones que garanticen el respeto a las personas y comunidades que protegen sus territorios, lo que en realidad es una forma de autodefensa de la Tierra misma.

Definitivamente es el momento de entender que la Naturaleza es condición básica de nuestra existencia y, por tanto, que es también la base de los derechos colectivos e individuales de libertad. Así como la libertad individual solo puede ejercerse dentro del marco de los derechos de los otros humanos, la libertad individual y colectiva solo puede ejercerse dentro del marco de los Derechos de la Naturaleza. Si pensamos en nuestros nietos y en nuestras nietas, es decir en las futuras generaciones, bien podemos concluir que su existencia y su libertad dependen del respeto a la Naturaleza. Bien anota el jurista alemán Klaus Bosselmann, que “sin Derechos de la Naturaleza la libertad es una ilusión”.

Urge, por igual, desmontar las estructuras patriarcales y coloniales que provocan y reproducen violencias múltiples. Habrá que cristalizar el cobro de las deudas coloniales y ecológicas, en las que las naciones enriquecidas por la explotación de otros pueblos y otros territorios son las deudoras. Por igual habrá que desmontar el sistema económico mundial, con todas sus herramientas de dominación, como lo es la deuda externa, que configuran maquinarias depredadoras de la vida.

En este trajinar habrá avances y retrocesos. Pero, en la medida que se logre una amplia y diversa participación de pueblos, colectivos, organizaciones y personas, en ningún momento podemos perder la esperanza, que no la asumimos simplemente como la creencia de que algo indefectiblemente saldrá bien, pues preferimos asumirla como la certeza de que lo que hacemos tiene significado, independientemente del resultado.

Si los humanos no restablecemos la Paz con la Tierra, no habrá posibilidad de Paz para nosotros en la Tierra, que explicablemente se rebela frente a tanta destrucción que estamos provocando.

Tenemos la certeza de que, en este reencuentro armonioso y amoroso con la Madre Tierra contaremos con su enorme capacidad de resiliencia y recuperación, pues se trata de una verdadera Madre, que está de nuestro lado.

1 Economista ecuatoriano y abogado ambientalista argentino, coautores de un libro sobre estos temas de próxima aparición. Jueces del Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza. Miembros del Pacto Ecosocial, Intercultural del Sur.

Cautelar en San Nicolás para protección de los humedales

El Delta no se vende; somos humedal

El Poder Ejecutivo Provincial envió a la Legislatura un proyecto de Ley que posibilita la venta de bienes inmuebles del Estado Provincial a través de la conformación de una Agencia Administradora a tales efectos, otorgándole o delegando facultades. La iniciativa simplifica, concentra, generaliza y no conforma excepciones. Así, quedan sus competencias, sus finalidades y su organización libradas a la reglamentación que haga luego el Poder Ejecutivo.

Ante esta propuesta, queremos recordar que el Delta del Paraná constituye el sistema de humedales que nuestra Constitución de Entre Ríos jerarquiza y protege, determinando que: ” …La Provincia concertará con las restantes jurisdicciones el uso y aprovechamiento de las cuencas hídricas comunes. Tendrá a su cargo la gestión y uso sustentable de las mismas, y de los sistemas de humedales, que se declaran libres de construcción de obras de infraestructura a gran escala que puedan interrumpir o degradar la libertad de sus aguas y el desarrollo natural de sus ecosistemas asociados. El Estado asegura la gestión sustentable y la preservación de los montes nativos, de las selvas ribereñas y de las especies autóctonas, fomentando actividades que salvaguarden la estabilidad ecológica. El propietario de montes nativos tiene derecho a ser compensado por su preservación” (Artículo 85º, sexto y séptimo párrafos).

En este marco, debemos tener en cuenta que el Estado Provincial es titular de aproximadamente 188.773 hectáreas de islas en el sistema de humedales (información conforme a la respuesta de una solicitud de acceso a la información pública ambiental realizada oportunamente). Consideramos entonces que el iniciar un proceso de administración y posterior venta a privados sea cual fuera la escala, sería no solo vulnerable jurídicamente para el Estado, sino que podría conllevar consecuencias ecológicas negativas, produciendo un enorme impacto acumulativo y geométrico arrasador sobre las bondades de estos ecosistemas. Remarcamos por esto la necesidad de no habilitar su mercantilización, considerando para esto que el Delta, con todos sus bienes públicos, está fuera del comercio y las islas como sistema son inalienables e imprescriptibles conforme a sentencias de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. 

Nos oponemos especialmente a lo establecido por el Artículo 16° del proyecto que exceptúa de lo dispuesto por el artículo 55° de la ley 5140, el cual dispone que “Los bienes inmuebles de la Provincia no podrán enajenarse ni gravarse en forma alguna sin expresa disposición de ley”. Así, todos los bienes de la provincia bajo administración de ésta Agencia podrán ser vendidos y gravados sin que intervenga el Poder Legislativo. Además en una Agencia que carece de representación equitativa y democrática, ya que el Poder Ejecutivo es quien decide la conducción, con la facultad de nombrar y remover los principales cargos (Artículo 6° del proyecto).

En un experimento que no prosperó por la maravillosa resistencia social, el ex gobernador Sergio Uribarri, junto con su fiscal de Estado, Julio Rodriquez Signes, ya intentó privatizar todas las tierras públicas en el Delta a través de la efímera y tristemente conocida “Ley del Arroz”. La normativa habilitaba la venta de estos territorios e incluía sus puertos en manos de los dueños -o algunos de ellos-  de las corporaciones del agronegocio de exportación transgénica. Esa propuesta aspiraba otorgar por 99 años todas las tierras públicas en el Delta a una Sociedad Anónima y, a través de la misma, gestionar permisos para el cultivo del arroz y semillas genéticamente modificadas. Esta ley, la 10.092, estuvo en vigencia tan sólo dos meses, de diciembre de 2011 a febrero de 2012,  gracias a la respuesta en movilización social que provocó semejante “negocio”. Esta experiencia constituye quizás uno de los mayores escándalos políticos vividos en la provincia en los últimos años y, seguramente la actual gestión no repetirá semejante equívoco. 

Perder la memoria, es grave; no conocer su historia, también 

La Asociación Argentina de Abogadas/dos Ambientalistas con un conjunto de más de cuarenta organizaciones de la Cuenca y del País, presentó hace más de dos años una Propuesta de Sanación del Delta Argentino. Aquí dejamos el documento de acceso público a todos los que amen el ser naturaleza de nuestro ecosistema privilegiado en el planeta y los que tengan responsabilidades directas sobre la gestión de cuencas y del Delta en particular. Más aún, lo entregamos así con las manos abiertas a cada uno de los diputados y senadores de la provincia. 

En razón de lo aquí expuesto y dejando expresado que la mayoría del sistema de humedales provincial son áreas naturales protegidas (ANP) -reconocidas por leyes específicas y sentencias relevantes de la Corte Suprema de Justicia de la Nación-, debemos decir que este sistema de humedales, el más grande de la Argentina, debe ser excluido expresamente del proyecto de ley que ha sido remitido para la consideración del Poder Legislativo entrerriano.  Y que al ser bienes de dominio público que pertenecen a toda la comunidad, está prohibida su venta, como así también limitados sus usos, conforme las funciones ecológicas y sociales que cumplen, más relevantes aún frente a los delicados y graves escenarios de cambio climático. (Artículo 240 Código Civil y Comercial).

La construcción del concepto de “sistema” fue un debate relevante en la Convención Constituyente de Entre Ríos. Fue esculpido y tallado a la luz de concebirlo como una unidad biocultural abrazada de la diversidad de sus reinos de vida. Desconocer ese anclaje, esa multiplicidad de seres humanos y no humanos desde el concepto del derecho real o los que sean, sin comprender los procesos de reconocimiento y respeto para con la Pachamama y el ciclo del agua, es negar que somos entre ríos. Y como decimos y hemos defendido maravillosamente: somos Entre Ríos Sí, entre represas No. Por eso también entre endicamientos No, ni privados ni públicos; No a la pampeanización y destrucción del sistema de humedales que nos conforma y del que somos parte. Porque, señor gobernador, señores legisladores, el Delta no se vende; somos humedal.

* Enzo Culasso Orué y Jorge Oscar Daneri, miembros de la Asociación Argentina de Abogadas/dos Ambientalistas y del Colectivo de Acción por la Justicia Ecosocial (CAJE). Integrantes de la Unidad de Vinculación Ecologista de la Fundación La Hendija, Paraná.

Sin derechos, sin territorios y un ambiente seguro no es posible hablar de democracia y de justicia social

En el contexto actual de América Latina, las personas defensoras de los derechos humanos y las organizaciones de la sociedad civil enfrentamos desafíos significativos, es por eso que más de 150 voces de organizaciones campesinas, indígenas y sociales de Paraguay y América nos unimos en el Seminario Internacional Voces por el Derecho a Defender Derechos para aportar una mirada a la construcción de las decisiones que se darán para la región en la a 54ª Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA).

Sostenemos que un pueblo sin acceso a tierras, territorios y el cuidado de la naturaleza, no puede hacer florecer vidas, germinar semillas, resguardar la existencia y supervivencia, y las democracias sin justicia social, sin redistribución de la riqueza, sin dar participación a las voces disidentes, sin protección a las personas y los recursos naturales, no pueden llamarse Estados Social de Derechos.

Reafirmamos nuestro compromiso con la vida, con la soberanía alimentaria y el cuidado del medio ambiente. Así mismo, sostenemos que el Estado debe generar políticas públicas para atender las necesidades de la población, brindando un ambiente seguro y sano. Entendemos que el Estado tiene la obligación de garantizar la salud y la alimentación de todas las personas, que no se dan en este modelo de producción capitalista que cada vez genera más desigualdad, migración, violencia y desalojo.

Así también debe garantizar y velar, de manera urgente, por la producción en el marco de la agricultura campesina e indígena, como de la salud de los pueblos que se encuentran en terapia intensiva.

Exigimos a los Estados detener las políticas de muerte, favoreciendo al latifundio y el agronegocio que ponen en riesgo a las comunidades indígenas, campesinas y la población urbana. Así como la protección de los bosques, ríos y seres vivos. En nuestra región existe suficiente prueba de que los agronegocios solo han profundizado la pobreza, expulsado a las comunidades indígenas y campesinas, como también destruido los recursos naturales en la globalidad, generando una crisis climática con consecuencias catastróficas para todos y todas.

Reconocemos la lucha de las Américas, la lucha de los pueblos y apostamos por la construcción de nuevos liderazgos, jóvenes, niños, niñas, adolescentes y de mujeres que elijan el trabajo en el campo, que puedan permanecer en sus comunidades con salud, educación, tierra y trabajo, siendo estos los y las protagonistas de las resistencias.

La dignidad humana exige el cese de la discriminación, la intolerancia y los discursos de odio, porque impiden la convivencia y generan barreras entre las personas. Sostenemos que sin participación no hay democracia, y para gozar de democracia debemos visibilizar todas las voces, la diversidad campesina, indígena, de las mujeres, de la comunidad LGBTQ+, de niños, niñas y adolescentes desde un permanente diálogo.

Demandamos la derogación de leyes represivas y políticas regresivas en materia de derechos, el cese de la criminalización, de los desalojos forzosos, las garantías para la libertad de asociación, libertad de movilización, libertad de expresión en el marco de las luchas colectivas.

Rechazamos el uso exacerbado de las fuerzas de seguridad y el avance de la militarización en la región.

Denunciamos la persecución que se da hoy a las organizaciones de sociedad civil por intereses políticos, autoritarios y grupos antiderechos, que buscan cercenar derechos básicos, socavando el trabajo esencial que realizamos en beneficio de la participación ciudadana a lo largo de estos años. Estos ataques se dan tanto en campañas comunicacionales, como en propuestas de leyes que violentan las propias constituciones nacionales de Paraguay, Argentina, Perú, El Salvador y otros países de la región. Situación que representa un grave riesgo para el desarrollo y el progreso de nuestros países, en cuanto a ejercicio de ciudadanía y democracia.

Es nuestro derecho y nuestro deber alzar nuestras voces en contra de cualquier intento de debilitar y perjudicar los derechos conquistados por medio de las luchas sociales y el reconocimiento de nuestro compromiso por países más igualitarios, más justos y donde nadie sea excluido.

  • Organizaciones Firmantes
  • ACPAE – LB
  • Alames (Asociación Latinoamericana de Medicina Social)
  • ANIVID (Articulación Nacional de Pueblos Indígenas por una Vida Digna)
  • APAITGA
  • Asociación de Mandioqueros
  • Asociación de Mujeres Artesanas Nivachei
  • Asociación Kuña Techapyrã
  • ASOEDU
  • CLIBCH (Coordinadora de Líderes del Bajo Chaco)
  • Comité de Apicultores de Ñe’ẽmbuku
  • Conamuri (Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas)
  • Coordinadora de Jóvenes Indígenas de Caaguazú
  • CTCU (Coordinadora de Trabajadores Campesinos y Urbanos)
  • Cultiva Paraguay
  • Diversex Alto Paraná Enlace Caaguazú FIMARC
  • FNC (Federación Nacional Campesina)
  • Joaju
  • Jopotyrã
  • KGA (Kuña Guarani Aty)
  • Kuña Poty
  • MAIPY (Mesa de Articulación de Pueblos Indígenas de Paraguay)
  • MAOPI (Mesa de Articulación de organizaciones de Pueblos Indígenas) Boquerón
  • MCP (Movimiento Campesino Paraguayo)
  • Mesa Coordinadora de Organizaciones Sociales de Paraguarí.
  • MIPY (Mujeres Indígenas del Paraguay)
  • MRC (Movimiento de Recuperación Campesina)
  • No’õ Ñandua
  • Ñeguerõi Pavẽ’i
  • OCN (Organización Campesina del Norte) OCUN
  • OLT (Organización de Lucha por la Tierra)
  • ONAI (Organización Nacional de Aborígenes Independientes)
  • OZAE (Organización Zonal de Agricultura Ecológica)
  • Presencia Joven
  • Red de Mujeres Periodistas
  • UCINY
  • UJIP (Unión de Jóvenes Indígenas de Paraguay
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