Hace más de un año que la extrema derecha llegó al poder y, entre tanta ejecución, aún no hay reacción. Entre diagnósticos y derrotismo, la pregunta sigue en el aire: ¿Cómo se construye una respuesta? ¿Cuál es el rumbo que va a tomar la indignación? ¿Quiénes seremos cuando la historia vuelva a girar?
Por Alejo di Risio para Revista Urbe
ELLOS
Hace más de un año que la extrema derecha llegó al poder en Argentina. A pesar de que pasa el tiempo, todavía estamos de cara. Sorpresa, caretas, sin entender. Las hipótesis y teorías sobre por qué llegamos acá siguen resonando. En las pantallas, en las conversaciones y en las roscas suenan variaciones de las mismas preguntas ¿Cómo fue que llegamos hasta acá? ¿Vamos a poder salir? ¿Cuánto falta?
Que si fue la inflación o los incels. Que si es #TendenciaMundial. Los medios normalizaron, los streamers banalizaron. La mano del Partido Militar. Fue la crisis, esa que ya ni sabemos desde hace cuánto viene y que tampoco entendemos bien cómo sería su final. Fue algún gato de los que Alberto llevó a la casta rosada. Fue ese gato anónimo que quiso que le digan elle. Fue el mismo gato de siempre. Sobró kirchnerismo. Faltó Cristina. Faltó kirchnerismo. Fueron (los) tibios, fueron los gorilas. Faltó territorio, calle y/o tik tok. Eran los porteños; son los cordobeses, serán los venezolanos. Todas las anteriores.
Y mientras tanto la derecha ejecuta. Extrema, ultra, gritona, ruidosa, rabiosa. Boluda y violenta: satura y sobreinforma. Te invita a pelear, pero si aceptás corre. Cryptotinchos que sueñan con emanciparse de la vida mula porque no quieren laburar. Quieren ser influencers, brokers, traders, grinders, chads. No demandan la precariedad que Argentina les oferta. Desean la emancipación, aman la guita y esforzarse por ella, pero odian pensarse como trabajadores. Impugnan jubilarse y odian aportar. Saben que la guerra entre capital y trabajo la ganó el capital. Para los problemas del capitalismo tardío, proponen dejar atrás a la democracia. Fascismo para pocos, antes que desigualdad para muchos. Estafa piramidal antes que escasez.
Modelos de masculinidad pusilánime, frágil. Necesitaban que se validara su dolor, que les confesaran que era real, que les dieran un abrazo y les dijeran que no es su culpa. Se pensaron víctimas cuando el feminismo los moralizó, y apostaron por tierra arrasada antes que ser el último orejón. Prefirieron creer que no eran ellos, sino que era Soros. Culpan al DNI no binarix de no haber alcanzado a tener su guarida fiscal. Compensan impotencia política con venganza financiera. Parece que estuvieran a punto de componer un movimiento, pero son sólo muchos individuos. Se piensan solos, autosuficientes, flashean Lobo de Wall Street. Luchan y lucharán por su derecho inalienable a devenir Marcos Galperin.
El Estado al cual le exigimos, al cual definimos como responsable, hoy, nos odia. Este último año se institucionalizó el desprecio por las banderas de la política. Enarbolan la de la escuela de Chicago, santificando a una economía abstracta e irreal como superior. Exorcizan la sensación de fracaso, de rezago. Microdosean odio para rellenar resentimiento. Disfrazan política de identidad.
¿NOSOTRXS?
En la selva, lo que no se mueve se muere. O se convierte en presa o muere de hambre. Parece haber estabilidad. Hay hambre.
Los primeros meses hubo un desfile mediático de oráculos colapsistas. Pero esto no se cayó por su propio peso, dio para más y no hubo estallido. Después de los idus de marzo, la sensación de que se podía batallar gente gritona de redes con gente gritona de redes perdió ímpetu. Pregonar verdades mesiánicas no funcionó. Hubo más sensación de desamparo, de soledad. Derrotismo y desmovilización. La confirmación de que no había una reacción inmediata invitó a asumir el duelo de lo quedaba atrás. Pasamos de discutir ingreso universal básico a ver en vivo cómo esterilizan la potencia estatal. Cómo desfinancian el paisaje de instituciones, personas y conocimientos conocido como Estado. Todo edificio se puede reconstruir, y toda institución restituir. Pero para nuevas instituciones se necesitan nuevos planos de obra.
Desestabiliza lo que dábamos por asumido, nos deja derrotados, desahuciados. El regodeo de la crueldad nos toma por sorpresa. No el de un puñadito de gritones y pusilánimes, sino el de la tribuna que los festeja. Duele.
Tal vez la mayor herida es la social, la sensible. Que confiaba que el pueblo argentino tenía la paz social inscripta como acuerdo común. Que existía en la voluntad popular un horizonte compartido de bienestar, de igualdad. Con instituciones que, con todas sus falencias, fueran construyendo cada vez más esa sociedad. Pero no es sólo la economía lo que está en crisis, es el entramado de valores sociales ¿Hay un nosotrxs?
Cada vez más trabajadorxs no se identifican como tales, ni con sus compatriotas. A veces ni siquiera quienes tienen mejoras materiales con paritarias se identifican en las luchas colectivas. Se las ve parte de una estructura a la cual no quieren abonar ni pertenecer. Las entienden parte de una política, que no representa, y por ende no convoca.
Con la toxificación de las redes, la provocación se ha algoritmizado. Nos llevan años de TikTok de ventaja y el gen militante se come todas las pelotas. Sin granjas de bots, publicidad, o presupuesto ¿Cómo se renueva la potencia política desde lo micro? ¿Cuando finalmente se reorganice lo popular, habrá oposición consolidada? ¿Hasta dónde la llevamos? ¿A cuantxs les va a pintar la salida solitaria de luigimangionearla? ¿cómo retomar la beligerancia sin convertirse en un promotor de las hostilidades? ¿Tenemos un derecho a la violencia? La democracia no la ejerce nadie, no se cuida sola. Funciona por oposición de intereses ¿Quién va a emerger antagonista a la extrema derecha como ordenador del sistema político?
Esos resortes de la institucionalidad democrática ¿están aquí con nosotrxs? ¿O en el Congreso que no lo iba a dejar? Al principio la calle respiraba odio, y ellos parasitan indignación. Libran una guerra santa contra un Estado ineficiente, pero no culpable. Aunque mucha de la indignación es compartida: nos prometieron que con democracia se comía, se educaba y se curaba. Pero los descargos de ira que vimos fueron erráticos. Algunos brotes, algunos fusibles. Pero sueltos, atomizados, fundamentalmente individuales. En física, cuando las moléculas vibran para lados distintos, aumenta la temperatura de un objeto, pero este no se mueve. Y así estuvimos, quietos y calientes. Si al menos explotáramos juntxs habría 2001. Pero implotar en soledad no aglutina, no convoca, ni genera comunidad. La voluntad de dosmilunearla parece quedar en el pasado.
Tardamos, pero entendimos. La extrema derecha, sus formas, prácticas y la identidad que pregonan, están plantadas. No se la combatirá con amor, ni diplomacia. La información y los datos no atraviesan el griterío de insultos, y nos invitan a que nos convirtamos en víctimas antes que en antagonistas. Capítulo aparte para periodistas y medios que insisten con prestar micrófono a argumentos fascistoides sin poder contextualizarlos como tales. Antes decíamos “al fascismo no se lo discute, se lo combate”. Ahora diremos “no alimentar al troll”.
Pero es esa indignación caótica y errática la que la extrema derecha sabe capitalizar mejor que nadie. La aspira como un chute y la canaliza a su favor. Deslegitima, denigra, contesta, baitea. Sabe que la falta de visión común, deja la individualidad caótica a merced. Y de la falta de planificación del pueblo se benefician quienes más planifican. Los que más que nadie aman al Estado, que lo seducen y le vacían las arcas. El poder real.
Las cuentas entraron en rojo, las puteadas se disiparon. Defender lo que todavía es motivo de orgullo, se combina con indignación por sus ofensivas ¿Cuánta de la indignación que fogoneamos sigue capitalizando la extrema derecha? ¿Quién cosecha la potencia política cuando suenan las cacerolas? Empujar gente al borde del estallido sólo deja una dirección para avanzar. Y ellos se alimentan de los microestallidos, de lo desorganizado. En la marea de individuos pueden gobernar, dirigir la ira de unos contra otros.
Cuanto menos solos estamos, menos miedo tenemos. Hay potencia política en el pueblo y en lo popular, sólo que estuvo descansando, esperando, craneando. Pero terminó de duelar la expectativa de un cambio radical, de la épica de una resistencia. Ahora quiere activar y busca dónde.
Huele a sed de acción. Las militancias silvestres asoman la cabeza, buscan rumbo, expanden campo de acción. Se buscan referentes, liderazgos, mariscales, bastones ¿Qué puede darle rumbo a la sed que fluye por las capilaridades subterráneas?
DEVENIR ANTAGONISTAS, SER ENEMIGOS
Hay procesos llegando a su final. La sensación es de cambio de época. Hubo angustias que se hicieron carne en los cuerpos, en las cuentas bancarias, en quienes fingieron cordura. Pero los cuerpos sanan, se recomponen, procesan. La derrota no se borra, pero la sensación de derrotismo si. Pensamos que la catástrofe política era el final, pero no hay final. El futuro es infinito.
Poco se ha resistido con aguante, más con resignación. Pocas trincheras, muchos repliegues. Las redes se debilitan, pero las comunidades salen a buscar solidaridad. Si ellos son la reacción al feminismo ¿cómo va a ser la reacción a la reacción al feminismo?. Pareciera que después de la derrota, el derrotismo también está llegando a su final. Devenir antagonistas a la ultraderecha. Que no haya una respuesta a ellos, sino que construyamos una ofensiva nuestra.
Venimos de un año de puro diagnóstico y pocas respuestas. Había que construir el rompecabezas, que abordar la multidimensionalidad, los pliegues. Falló la comunicación, no hay duda. Los efectos especiales no te salvan de un mal guion. Falló la capacidad de la política para transformar las vidas de las personas. Y sólo ellos se radicalizaron, de este lado no hay ultras, ni siquiera un rumbo común. Los manuales de política clásica no explican cómo recorrer los actuales territorios digitales-subjetivos-políticos. Insistir con correrse a la derecha para prevenir que llegue la derecha no interpela.
¿Y la dirigencia a quién dirige? ¿Desde qué palacio es que “baja” al territorio? ¿Está hecha de moral esa altura que los separa? ¿Son académicos esos escalones que los elevan del territorio? Si piensan que no son de acá, gobiernen sus oficinas de Puerto Madero. No importa cuánto se recorra, siempre se es visitante donde no se habita. No pensarse dentro del país los acerca más a quienes se creen dueños de un país que odian. No ignoren, ni renieguen. Vengan, acá estamos, traiganse una sillita, les prestamos la reposera. Permitan el arraigo, hagan amistades. Construyan comunidad, necesitamos componernos como enemigos.
Si la moral progresista fracasó, indignó, ofendió ¿desde dónde construimos éticas que construyan bienestar colectivo? Me perdonen, pero la bandera de que vivamos bien, todxs, vidas plenas, felices, gozosas, no la pienso bajar. Aunque fuera cierto que se puede ser feliz en soledad, ni pienso intentarlo. Necesitamos más imágenes de futuro que nos puedan hacer salir de este presente. Derrotar esa invisible barrera que bloquea pensamiento y acción de la que hablaba Mark Fisher. La comunidad puede ser un gran acto inicial de insurrección ante tanto terror.
No quiero que pisen el pasto, quiero que recorran los pastizales. Que los sientan propios, que los quieran proteger y reproducir. Su parquizado color verde country no pincha, gasta agua, está fumigado. No permite que nuevas hierbas asomen cuando más las necesitamos. En nuestro ecosistema de representaciones, las nativas son orgullo, nunca yuyo. Las nuevas referencias que ordenen, que nucleen, que permitan salir de la recuperación a la potencia política, que la empujen a devenir y componerse antagonista de las fuerzas que nos vienen a destruir. Combatir activamente la resignación que nos lleva a la autodestrucción. La pulsión de colapso sólo lo acelera.
Declararnos enemigos. De lo que ellos representan, de la resignación, de lo que deshumaniza y ataca. Encarnar antagonismos conscientes, colectivos, radicales. Combatir al odio, desterrar la crueldad.
CONSTRUIR COMUNIDAD, HACER FUTUROS
Fogonear indignación y denuncia construye la expectativa y la esperanza de que el cambio va a suceder. Si la percepción de la importancia del diagnóstico fuera suficiente para que alguien tomara cartas en el asunto ¿Pero quien? ¿No les pasa que extrañan la esperanza?
Si seguimos fogoneando, un día nos vamos a despertar entre cenizas. Con capacidad de antagonizar con adversarios, pero aún más con capacidad de acción antes que la renuncia. Abandonar el derrotismo colectivo, pasar a nuevas formas de acción militante con los horizontes colectivos en el centro. Descartar vieja indignación para ir hacia los objetivos de las dirigencias aisladas. Sanar es necesario, fundamental. Incluso diría que es deseable por encima de todo lo demás. Pero ir a terapia no cura una crisis de angustia. Sanar es lento. Necesita tiempo, dedicación, riego.
Del otro lado tienen armas y finanzas, bots y trolls. Llevan ventaja en redes, en la macro. Cosechar nuestra potencia política tiene, ante todo, que ofrecer una visión común, una salida, una promesa. Nuevos pactos de futuro cargados de bienestar y plenitud, de justicia y esperanza. No resignarse a ser lo menos malo. Que puedan alentar y avivar esas chispas de micromilitancia por fuera de twitter. Llevarle una porción de postre al vecinx, discutir con el taxista, escuchar, bajarle el volumen al odio. Escuchar, escuchar, entender y escuchar un poco más. Preguntar de nuevo. Buscar, que el diagnóstico nos agarre haciendo.
¿Dónde encontrar y construir plataformas comunes de despegue? Los valores que puedan lograr conexiones comunes, compartidas, con lo comunitario, con lo organizacional. Cómo recomponerse de quienes se sienten traicionadxs por las instituciones, por la política, por la sociedad. Las borrosas distinciones entre Estado, democracia, instituciones o capitalismo hace que las heridas de las promesas rotas las paguen todas las anteriores.
Sindicatos, organizaciones sociales, partidos, referencias, micromilitancias ¿Cómo canalizar esa potencia política hacia adelante? El palacio manda a la calle a hacer autocrítica, pero la legitimidad está en las casas, no en el think tank. Los ritmos algorítmicos destruyen el pensamiento estratégico. Somos baiteables, queremos defender lo que atacan, hay agendas que no podemos ignorar. Un loop que se retroalimenta, su barrera que bloquea con ruido pensamiento, acción, organización.
Diseñar y delinear la forma de las organizaciones que puedan representar y ejercer esa representación se vuelve una tarea profundamente política ¿Qué queremos y qué podemos reconstruir de los territorios estatales arrasados? ¿Cuáles son las nuevas estatalidades por emerger a la altura de los contextos de policrisis? Llenarnos de respuestas, de rumbos, de nortes y futuros a la altura de las necesidades y deseos de cada comunidad, de cada amistad, de cada expectativa.
Deleuze dice que la amistad podía basarse en el sentido de habitar en común, de tener en común. No solamente ideas y temporalidades sino lenguajes y visiones ¿Por qué se dice tanto” mis amigxs me salvaron la vida”? Porque nos dieron en la vida el regalo de sentirse en comunidad. La sensación de no estar solxs contra el mundo, cuando había distancias culturales entre dos generaciones que eran más culturales que ideológicas ¿qué comunidades habitamos hoy que tengan futuros y horizontes en común? En la amistad y sus lenguajes existe una plataforma para atravesar una realidad absurda, para creernos capaces de transformarla.
Crear conciencia no alcanza. Fuimos criados para habitar un mundo que ya no existe; bajo paradigmas de praxis político-culturales que ya no describen la realidad. Motorizar la voluntad popular requiere articulación y sincronía de las potencias políticas. Ante una ofensiva hiperindividualista e hiperfinanciarizada, hay oportunidad en apostar por rumbos colectivos y desfinanciarizados. Construir y fomentar comunidades no mediadas por el poder financiero que puedan crecer evitando la embestida. Que fomenten la potencia política de las micromilitancias en materialidades inscriptas por fuera de lo coyuntural. De grandes valores ordenadores que hoy no asoman, pero que la enorme capacidad del campo nacional y popular busca activamente. En simultáneo, fortalecer las redes comunitarias, de cuidados, organización que construyen capacidad colectiva de acción.
La voluntad de las micromilitancias que existían en campaña todavía está ahí. ¿Acaso sólo el miedo a la catástrofe por venir logró destrabar una imaginación militante? Activaciones silvestres que crearon oportunidades inesperadas de intervención social. Con las urnas abiertas la potencia política demostró existencia, fluyó, apostó. Si eso fue posible sin expectativas por el mal menor. Sobrevivir, salvar a la democracia, proteger al Estado. Había una causa por la cual luchar, un rumbo común. Y puede haber nuevos para qué de la militancia y el hacia dónde ¿Cuánto podría lograr esa potencia si emergieran horizontes ambiciosos y radicales de bienestar?