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Incendios, negacionismos y cambio cultural

En las últimas décadas, los incendios cambiaron de magnitud; son megaincendios. Resultaría contraproducente seguir entendiéndolos como “desastres naturales” sin problematizar la noción de “desastre natural”.

por Maristella Svampa para elDiarioAr

n bombero trabaja para contener un incendio en una zona verde este jueves, en la ciudad de Manaos, Amazonas (Brasil). Amazonas.
Un bombero trabaja para contener un incendio en una zona verde este jueves, en la ciudad de Manaos, Amazonas (Brasil). Amazonas. EFE

Hemos entrado a un territorio incierto y desconocido, el de los colapsos climáticos localizados, el de los eventos extremos, cada vez más frecuentes: inundaciones, olas de calor y de frío, vientos huracanados, tornados, sequías, incendios… Hoy es el turno de los incendios: se prende fuego la Amazonía, se prende fuego Córdoba, se prende fuego el Pantanal, el humedal más grande del mundo. El humo invade las ciudades de Asunción, llega hasta Buenos Aires. Incluso hay quienes dicen haber visto humo en las alturas de Machu Pichu.

En las últimas décadas, los incendios cambiaron de magnitud. Están por todos lados y ocupan cada vez más espacio en las noticias. Por su magnitud y escala, se trata de megaincendios. Resultaría contraproducente seguir entendiéndolos como “desastres naturales” sin problematizar la noción de “desastre natural”. Estos incendios son producto de la crisis climática que estamos atravesando como planeta, algo directamente asociado con la dinámica del capitalismo neoliberal, cuyo carácter concentrador y ecocida acelera aún más la espiral del colapso ambiental. Según National Geographic a estos megaincendios se los llama “incendios de sexta generación” ya que por su intensidad alteran la dinámica de las capas altas de la atmósfera y generan vientos que pueden ser muy difíciles de predecir, por lo que no es posible seguir el comportamiento del fuego. El fuego libera una gran cantidad de energía, dando lugar a que se forme una meteorología propia dentro del incendio. Los megaincendios devienen así muy destructivos e incontrolables.

Gran parte de los múltiples focos de incendios que hoy se esparcen son disparados por el cambio climático, con el aumento de las temperaturas, el estrés hídrico y la sequía. El peligro se multiplica en la temporada seca, como viene sucediendo en las últimas semanas en el valle de Calamuchita o en las Sierras Chicas, Córdoba. Hace unos días, el fuego llegó a la autopista que une Córdoba capital con Carlos Paz.

Inmenso incendio a 2.500 metros de altura, en Tafí del Valle David Correa

La sequía sacude también la gran región Amazónica. Y sucede, como escribe la periodista brasileña Eliane Brum, que esos ríos voladores de la Amazonía que en verano nos traen humedad, hoy, en la cada vez más extendida temporada seca, nos traen el calor y el humo. Así, con la emergencia climática, la temporada seca se amplía cada vez más y llega antes de lo previsto.

También sabemos, y nadie puede hacerse el distraído, que muchos incendios son intencionales, porque son enormes los intereses de quienes buscan arrasar los territorios, desmontando montes, bosques y humedales, y utilizar la tierra para actividades económicas, sin respetar los ciclos de la naturaleza. Esto sucede con la expansión de monocultivos como la soja, de la ganadería extensiva (la expansión de la industria cárnica es una suerte de tabú, que nadie quiere abordar, tanto o peor que la soja, por el aumento en las emisiones de CO2), y, por supuesto, el avance de emprendimientos inmobiliarios. Todas estas actividades requieren desmonte y cambios en el uso del suelo. Y generan otros impactos negativos, como la escasa absorción del suelo frente a lluvias torrenciales e inundaciones, entrampándonos cada vez más en un círculo perverso de eventos extremos, que se van potenciando entre sí, alimentados por un tipo de economía que no respeta las fronteras planetarias.

Todos recuerdan “el día del fuego” instaurado hace unos años por el expresidente J. Bolsonaro en Brasil, en el que los ganaderos y otros productores salen a hacer las quemas, práctica que está muy difundida tanto en Paraguay como en Argentina y Bolivia. En el vecino país andino, donde el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) benefició la expansión descontrolada de la soja como ninguna otra gestión, incluso en detrimento de territorios protegidos, hubo grandes incendios, como el de la Chiquitanía en 2019, cuando se quemaron más de 2 millones de hectáreas y casi seis millones de mamíferos perecieron. Sólo en lo que va de 2024, en Bolivia se quemaron ya el doble, unas cuatro millones de hectáreas, superficie equivalente a Suiza. Tal es la gravedad de los incendios que el gobierno boliviano, que recurrió a la ayuda de los países vecinos, acaba de prohibir la quema de pastizales por tiempo indeterminado. 

Suspenden vuelos y clases presenciales en zonas más afectadas por los incendios en Bolivia. EFE

En Argentina, los incendios afectan todos los ecosistemas, todas las provincias. En 2022, Corrientes perdió casi 1 millón de hectáreas arrasadas por el fuego, el 12% de la superficie provincial. La sequía histórica y la crisis climática, asociada a la expansión de modelos concentradores de la tierra (como el monocultivo forestal) fueron la chispa del incendio que devoró una quinta parte de los Esteros de Iberá, el mayor humedal de la Argentina. ¿Cómo olvidar las imágenes de ese tremendo incendio, los cuerpos de animales carbonizados y aquellos yacarés que vimos en las fotos, buscando escapar del fuego, la muerte y el horror en los ojos?

Hablando de incendios, quisiera contar en esta columna que desde 2022, con escritoras y periodistas amigas, Claudia Aboaf, Soledad Barruti, Gabriela Cabezón Cámara, Dolores Reyes creamos la colectiva ecofeminista y socioambiental Mirá. Dicha grupalidad se formó al calor de la defensa de las costas bonaerenses y del mar argentino frente a la expansión petrolera offshore. Hoy, en 2024, nos une la urgencia de contribuir a la instalación del debate sobre la crisis climática (responsabilidad de los países más ricos), y su relación con el actual modelo neoextractivista en Argentina y América Latina, que impulsan los diferentes gobiernos, más allá del signo político, sean oficialistas u oposición.

La propuesta de Mirá Socioambiental es la de entrar en conversación con las voces de los territorios, y generar otros lenguajes de valoración, lenguajes eco-literarios; tratar de llegar ahí donde el periodismo ambiental y la investigación científica a veces no llegan, en relación con las problemáticas socioambientales. Por eso, acabamos de publicar el primer episodio de una serie, El territorio habla que tratará de los principales desafíos socioambientales de nuestro país. En el episodio 1, “Todas las Fuegas el fuego”, las integrantes de Mirá Socioambiental viajamos este verano de 2024 a Córdoba para hablar de los incendios y escuchar a las Fuegas, colectiva ecofeminista de brigadistas comunitarias, que entran y salen del fuego, creando al mismo tiempo comunidad. Con y junto a ellas nos preguntamos: ¿por qué se incendia América Latina? ¿Por qué se prende fuego Córdoba? ¿Qué hay detrás de la devastación de territorios, de la fauna, de la biodiversidad? ¿Qué formas toma la resistencia ante el avance del fuego y qué nuevos oficios se gestan ante la aceleración del cambio climático?

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Difícil sería negar que la Argentina atraviesa uno de sus momentos más oscuros, de la mano de un gobierno de extrema derecha que además de favorecer a los sectores más ricos y concentrados, de arrasar con nuestros derechos, de buscar disciplinar a la sociedad y de desmantelar el Estado, es también negacionista desde el punto de vista climático (como lo son D. Trump y J. Bolsonaro). En esa línea no hay nada que esperar.

Este gobierno empeorará los impactos en términos de colapsos climáticos localizados. Mucho más ahora que se aprobó el RIGI (Régimen de Incentivo de Grandes Inversiones), que construye un régimen de privilegio para las inversiones superiores a los US$200 millones. No cabe duda de que dichos emprendimientos significarán una mayor expansión de la soja, de la ganadería extensiva, del llamado “desarrollo inmobiliario”, y de todo tipo de extractivismo, transnacional y de capitales nacionales.

El presidente Javier Milei no cesa de hablar de los empresarios como “benefactores sociales”, muchos de los cuales son los máximos responsables de estos graves delitos ambientales, que tienen como consecuencia la destrucción de ecosistemas críticos, como montes, bosques y humedales.

Pero no es sólo el negacionismo terraplanista de este gobierno, que se regocija abiertamente en el ecocidio y cuyos seguidores y funcionarios pueden arrogarse el “derecho a contaminar”. Aunque no dudamos de que hay cada vez más argentines, sobre todo jóvenes, que son conscientes de los enormes riesgos ambientales que atravesamos, también existen sectores importantes de la sociedad que continúan abonando a una suerte de negacionismo climático implícito. Se preocupan hoy, cuando les arde la garganta por el humo de los incendios y se preguntan frunciendo la nariz de dónde viene, o se alarman cuando ven llegar el fuego, que amenaza incluso la vida protegida de los countries (como sucedió en la localidad de La Calera, vecina a Córdoba capital), y comprenden de golpe que, aunque “los sin muro” son más vulnerables, nadie está a salvo verdaderamente de estos desastres climáticos.

Incendios en Córdoba: se contuvo el foco en La Calera pero el fuego no cesaba en Ambul. NA.

Pero al día siguiente, una vez más, cuando el último foco es apagado o el humo desaparece del horizonte, en vez de exigir urgentes políticas públicas y/o volcarse a la participación ciudadana, vuelven a actuar como si no pasara nada.

El deseo de retornar a la normalidad es humano, demasiado humano, y ciertamente atraviesa todas las clases sociales, pero también nos hunde más en el abismo de la negación. De nada sirve “volver a la normalidad” si esta ya no existe como tal. Sólo dilata nuestras respuestas, las pospone, las envía al inconsciente o las archiva en una zona de confort psicológica, hasta que el próximo evento extremo vuelva a trastocarlas y nos coloque de frente, una vez más, ante la insoslayable realidad urgente y oscura.

Como colectiva socioambiental, desde Mirá, como escritoras e investigadoras, también nos preguntamos: ¿qué estética y qué pedagogía tenemos que adoptar para conmover y generar un cambio cultural en la población respecto de los desafíos ambientales que enfrentamos?

Necesitamos interpelar a la sociedad, más que nunca, porque este cambio cultural que exige políticas públicas de regulación del capital, de protección de los bienes comunes y naturales, de adaptación a los riesgos climáticos y una amplia participación ciudadana, una política integral de cuidados no provendrá de un gobierno negacionista y liquidador de derechos, ni de los empresarios, hoy “benefactores sociales”. En eso, al menos, estamos todes de acuerdo. Necesitamos generar un cambio cultural, antes de que sea demasiado tarde. Y para ello, urge crear espacios luminosos en medio de la oscuridad.

Milei

Activistas encaran a emisario de Javier Milei, que busca apoyo del FMI y BM para dolarizar la economía argentina

Milei, “el gatito mimoso del poder económico” y negacionista del cambio climático, es plasmado en billete de protesta en Marruecos, donde se desarrolla el encuentro del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial

MARRAKECH, Marruecos, 12 de octubre de 2023.– Con un gran billete de 100 dólares que muestra al candidato presidencial Javier Milei como un “gatito mimoso del poder económico” y negacionista del cambio climático, ambientalistas argentinos y de otras partes del mundo protestaron en la sede donde se lleva a cabo las reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).

Durante la reunión del Fondo en Marrakech, los ambientalistas presentaron una carta dirigida a su directora gerente, Kristalina Georgieva, expresando que “el FMI no puede ser condescendiente y avalar políticas económicas que impliquen un retroceso en materia ambiental”, donde condenaron el negacionismo climático de Milei y la postura pro-extractivista de los principales candidatos.

La carta ha sido firmada por la Asociación Argentina de Abogados/as Ambientalistas (AAdeAA), Avaaz, el Colectivo de Acción por la Justicia Ecosocial (CAJE), Eco Asamblea Parque Camet, Regional AJÓ APDH, Comisión por el Agua, Taller de Comunicación Ambiental (Rosario), Ecologismo Popular Movimiento Evita Tucumán, Asamblea No a la Mina Esquel, Preservando Hudson, Organización Socio Ambiental Guardianes del Y’vera, Red Corrientes de Derechos Humanos, Fundación Arbolar, Espacio Vivo, Centro de Estudiantes de Terciarios y Tecnicaturas República Oriental del Uruguay (Cetprou), Mesa Provincial no a las Represas (Misiones – Argentina), Güerta y Energía, Conciencia Ecológica, Defensores del Pastizal, ASAMBLEA CIUDADANA AMBIENTAL GUALEGUAYCHÚ, Salvemos los Humedales Villa Constitución, Acción Consciente, Vecinos por Humedales del Río Uruguay.

Milei, candidato de la Libertad Avanza, es representado en este foro financiero por el banquero Juan Ignacio Napoli, que asiste como presidente del Banco de Valores de Argentina y miembro del Consejo de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires; pero además lo hace como candidato a senador por el mismo partido político y que busca apoyo al proyecto de dolarizar la economía

El equipo de economía de Milei plantea que la dolarización es la puerta de salida a la histórica crisis económica que mantiene en deuda al país desde hace más de 70 años con el FMI, el BM y otras instituciones financieras. Sin embargo, esta decisión sería un duro golpe para el 40,1% de la población que ya vive en situación de pobreza y sus ideas generan preocupación en el Fondo.

“Las ideas de Milei van a contramano de lo que se está discutiendo en el mundo, en momentos en que incluso dentro del FMI, se discute la importancia de una reforma financiera internacional, la desdolarización, los canjes de deuda por acciones ambientales y la importancia de la integración de la economía con los Objetivos del Desarrollo Sustentable, el Acuerdo de París y el Marco Global para la Biodiversidad”, dijo Emilio Spataro, coordinador de políticas públicas de Avaaz en América Latina.

“En Argentina se presentan estas ideas como nuevas, pero son ideas que ya han fracasado en el pasado y que sólo dejaron más pobreza, inequidad y malestar social. Es preciso que el pueblo argentino aprenda de su pasado y no vuelva a repetirlo creyendo en promesas impulsadas por apostatas del dólar, que añoran volver a las épocas del consenso de Washington”, agregó Enrique Viale, presidente de la AAdeAA y el CAJE.

El dólar con el rostro de Milei, en vez del de George Washington, ha sido el emblema de las caravanas de campaña de “La Libertad Avanza”. El elemento central del dólar intervenido en Marrakech critica la campaña de dolarización del Milei, mostrándole como un “gatito mimoso de poder económico” tal cual fue definido en el primer debate presidencial, en vez de la imagen del león, qué él promueve.

Los ambientalistas agregaron en el billete elementos como las palabras “odio” y “oil” (petróleo en inglés), en vez de la palabra dólar, así como los mensajes “venta de órganos” y “privatizador de ríos” en referencias a dos controvertidas ideas del candidato. En un juego de palabras con las frases del billete también se lee “Milei: Reality Denier Of America” (en español: “Milei: el negacionista de la realidad de América”) y “The Dollar’s Boy” (“el muchacho del dólar”, traducido del inglés), jugando con el recuerdo de los Chicago Boys, la escuela de economistas neoliberales que predominaron en la década de los 90.

En el reverso del billete de protesta se puede leer la palabra “ODIO”, acusando a Milei de promover el odio y la división en la sociedad. Otros dos mensajes en el anverso del billete son: “Don’t fund climate deniers” (“No financien a los negacionistas del clima”) y “In Milei we can’t trust” (“En Milei no podemos confiar”) en lugar del célebre “In God we can trust” (en Dios podemos confiar, como dice en el billete original). En la parte inferior del billete también se puede leer: “No apoyes negacionistas”.

En los años 90 la ciencia alertó sobre los efectos del cambio climático y desde entonces, 192 países han ratificado sus esfuerzos para combatir los impactos del clima y por la pérdida de biodiversidad. Ambos temas forman parte de las grandes discusiones políticas en todos los foros internacionales. 

Las ideas negacionistas sobre la crisis climática por parte de Milei no comenzaron en los debates presidenciales. En 2021 aseguró que “el calentamiento global es otra de las mentiras del socialismo” y que lo que se busca es infundir miedo. Otra de las frases polémicas y muy repudiadas fue cuando Milei propuso privatizar los ríos para solucionar la contaminación. Recientemente, en el segundo debate presidencial, Milei reafirmó su visión negacionista del cambio climático al asegurar que “todas esas políticas que culpan al ser humano del cambio climático son falsas y lo único que buscan esas políticas es recaudar fondos”. Además, Milei ha sido claro en que si gana la presidencia, no se adherirá a la Agenda 2030 ni respetará el acuerdo de París sobre el clima.

“La población argentina está viviendo en carne propia estos impactos ambientales y económicos de las sequías, que están produciendo bajas en las cosechas de soja, maíz y trigo. Tomar decisiones políticas desestimando los esfuerzos internacionales para combatir el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, sólo provocarán más sudor y lágrimas al pueblo argentino, en especial en las poblaciones del interior”, agregó Martina Cortez, del movimiento Salus Terrae, de Santiago del Estero.

Cambio climático en Argentina: impactos ambientales y económicos

Argentina es uno de los pocos países que captura más carbono que el que genera, de acuerdo con recientes estudios de la NASA, lo cual demuestra que está contribuyendo a las metas climáticas para la reducción de emisiones de Gases de Efecto Invernadero. De hecho, los suelos argentinos almacenan el 2% de la reserva mundial de carbono. Sin embargo, la nación no está exenta de padecer las consecuencias del cambio climático global, que ya se evidencian en su economía. 

En el mes de agosto de este año, la Argentina enfrentó su peor ola de calor, con temperaturas superiores en 5 grados centígrados en comparación con el año anterior y superando a Europa, EE.UU. y China. Esto ha provocado una fuerte sequía que ya causó estragos en la economía, previamente dañada por la pandemia y luego por la guerra de Ucrania, que puso en riesgo el abasto de granos a nivel mundial. En la cosecha 2022/23, la producción de los tres principales cultivos de Argentina —soja, maíz y trigo— será 45% menor que el año anterior (cerca de 65 millones de toneladas). Este es el tercer año de sequía para la soja argentina y la de este año es la peor baja en 23 años. El costo de la sequía en el periodo 2022-2023 ascendió a US$ 14.140 millones

El titular de la Fundación Banco de Bosques y ex vicepresidente de Parques Nacionales, Emiliano Ezcurra, dijo: “Como octavo país más grande del mundo, la Argentina es un socio estratégico contra el cambio climático y la crisis de la biodiversidad. Es importante que  los programas del FMI incluyan la perspectiva de la conservación y ayuden a profundizar el compromiso de las autoridades con un fuerte rol ambiental que no es sólo bueno para el país sino que es gravitante para la humanidad”.

Y agregó: “Una Argentina que en el marco de sus ajustes productivos salga rápido hacia la transición energética, se libere de la deforestación y ofrezca cada vez más productos alimenticios sanos generados por Ia agricultura regenerativa, hará que la matriz productiva primaria sea más sólida y resiliente, aportando a cumplir las obligaciones financieras. De lo contrario, una Argentina vulnerable al cambio climático y en deterioro de su biodiversidad, siempre estará en dificultades financieras”.En noviembre de 2022, el Banco Mundial ya había recomendado a Argentina “crear un modelo de crecimiento inclusivo, resiliente y de bajas emisiones de carbono, adoptar un modelo de agricultura climáticamente inteligente, adaptar las políticas de apoyo social para incluir la transición hacia los empleos verdes. Y a inicios de octubre, Argentina presentó el plan para implementar el Acuerdo de Escazú reconociendo que el desarrollo del país no puede disociarse del cuidado del ambiente y que este esfuerzo representa “atraer más desarrollo, inclusión, equidad y más derechos“.

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En defensa propia y contra los negacionismos de Milei y la extrema derecha

Milei y la crisis argentina

El ascenso aluvional del referente libertario habla del estado de ánimo en Argentina, pero también obliga a una introspección del progresismo.

Por Maristella Svampa para Revista Nuso

Como tantos otros argentinos y argentinas, desde que el resultado de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) catapultó a Javier Milei, un economista libertario que coquetea con la extrema derecha global, como el candidato más votado en el país, no hice más que sumergirme en la lectura de las diferentes interpretaciones que se vienen tejiendo. Y, al mismo tiempo, traté de reflexionar en voz alta con amigos y colegas para comprender cómo fue que las mayorías silenciosas rompieron con el maleficio de la denominada «grieta» argentina (entre kirchnerismo y antikirchnerismo), que parecía tan bien instalada, arrojándonos a algo aún peor, una suerte de salto al abismo.

Esto no quiere decir que el voto a Milei sea un hecho extraño a nuestra realidad. Por supuesto, están ahí los textos pioneros de Pablo Stefanoni, quien desde hace tiempo estudia este fenómeno sin «lagañas tradicionales», como diría Milcíades Peña, describiendo y analizando cada uno de los rasgos de esta oleada de ultraderecha (en sus diferentes versiones, locales y globales), en su avance antiprogresista y su discurso rabiosamente antielitista. O los artículos de investigadores como Ezequiel Saferstein, quien ha seguido a los jóvenes libertarios desde que comenzaron a emerger por fuera del radar de los analistas.

En términos locales, luego del triunfo de Milei, los análisis más serios hablan de una fuerza social aluvional, imparable, que hasta podría obtener la diferencia suficiente como para triunfar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de octubre. Eventualmente, un balotaje con Sergio Massa dejaría a Milei en una buena posición, pues podría sumar votos de Patricia Bullrich, quien se arriesga a quedar atrapada en el nuevo no man’s land generado por la inesperada reconfiguración del espacio político-electoral argentino. Si Bullrich se radicaliza, corre el riesgo de perder los votos del ala «moderada» de Juntos por el Cambio; si se modera, podría perder votos en favor de Milei.

Se habla ya de un populismo de derecha en construcción, una conjunción de elementos contradictorios, como todo populismo, con rasgos autoritarios, pero también democráticos (por ejemplo, en el brillante y tentacular análisis de Pablo Semán y Nicolás Welschinger). Se habla de la emergencia de un nuevo actor que hace rato está ahí, pero que la pandemia multiplicó en número y padeceres, un precariado angustiado, sobreexplotado económicamente y hastiado desde el punto de vista político, que dice no deberle nada al Estado (al contrario) y que, en su rechazo a la «casta» política, pareciera querer volver a las fuentes prístinas del capitalismo liberal. Se trata de un actor social heterogéneo que postularía la indiferencia –o en algunos casos, la renuncia– a los valores fundantes del pacto democrático; justo ahora que deberíamos estar conmemorando los 40 años ininterrumpidos de vida institucional, un pacto democrático, sin embargo, que no se dio de una vez, sino que se fue construyendo colectivamente y en conflicto a lo largo de los años, a fuerza de luchar contra la impunidad, sobre todo contra la de aquellos que cometieron crímenes de lesa humanidad. 

Esta nueva fuerza social comandada por Milei reniega incluso explícita y orgullosamente de las «fuentes morales del peronismo» o sea, del valor de la justicia social, como bien analiza en otro agudo texto German Pérez, en Socompa, que toma casi todas estas caracterizaciones. Y, no lo olvidemos, hay una furiosa reacción conservadora, un backlash completo y, a la manera argentina, hiperbólico, que no perdona ninguno de los tópicos del progresismo, muy especialmente dos o tres de sus baluartes o símbolos, lo que el director de comunicación de La Libertad Avanza denominó en una reciente entrevista el «sobregiro del feminismo», y lo que Milei expresó en sus declaraciones post-PASO acerca del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), que propone privatizar o directamente cerrar y compara maliciosamente con la NASA (siglas en inglés de la Administración Nacional de Aeronáutica del Espacio), para desacreditarlo como si se tratara de una cuestión de «sobreempleo público».

Es cierto que el triunfo de Milei fue tan contundente como inesperado –sobre todo para una fuerza nueva, sin estructura territorial– y que esos factores combinados bien podrían allanarle el camino a la construcción de una nueva mayoría, pero también es sabido que las dinámicas políticas son recursivas y que en estos dos meses previos a la elección de octubre el oficialismo encarnado por Massa hará lo posible, en términos políticos, simbólicos y, sobre todo, económicos, para revincularse como estructura del sentimiento con la mayoría perdida, como reclaman tantos peronistas (como Mayra Arena, cuyo análisis tan comprehensivo raya por momentos la ambivalencia), e incluso ir más allá. 

En todo caso, de no ser así, a menos que la crisis económica se torne del todo ingobernable, nunca como antes estará disponible la archirrepetida exigencia del «mal menor», el voto utilitario, mucho más frente a un candidato como Milei. Por ende, no sabemos si el voto a Milei tiene por delante una avenida pavimentada hasta la meta final o en realidad la metáfora más apropiada es la de un camino congelado conformado por una capa delgada de hielo, que puede romperse durante el veloz recorrido. Quizá la realidad nos ofrezca una variante intermedia, construida más golpe a golpe, antes que producto de una estrategia fluida. 

En términos culturales y políticos, los progresismos y las izquierdas han –hemos– quedado demudados. La agenda que trae Milei es sumamente preocupante e implicaría un enorme retroceso, en todos los órdenes. Aun así, lo peor sería dar una respuesta parcial o corporativa, se trate de un «abrazo» anticipado al Conicet o de los rápidos llamados feministas a ganar las calles. El Conicet –conste que soy investigadora de ese organismo– es una institución plural, muy valiosa y necesaria; pocos países capitalistas periféricos cuentan con tal acervo, tal acumulación de saber y conocimiento público (Brasil o México son otros); y, por supuesto, no todos los investigadores que lo integran tenemos el mismo concepto de ciencia, compromiso y servicio público. Lo mismo vale para el espacio feminista –conste que soy ecofeminista–, que ha sabido construir colectivamente y desde la masividad en las calles una transversalidad disruptiva, pero contingente y provisoria; un espacio en el cual se han venido desarrollando debates tensos e interesantísimos acerca de los nuevos modelos de masculinidad y la trampa de los feminismos punitivistas. Lamentablemente, no se ha logrado frenar los femicidios, ya que estos continúan aumentando de modo horroroso en nuestro país.

Desde los progresismos y las izquierdas políticas, feministas e incluso ecologistas, no supimos ver ni sopesar la gran transformación que se estaba gestando desde abajo, particularmente reforzada por los efectos amplificadores de la pandemia, porque básicamente hemos estado obnubilados con la «grieta», entrampados en una polarización política desgastante y cada vez más empobrecedora (en todos los sentidos, no solo político sino también económico). O si la vimos asomar o la sospechamos, cual efecto Bolsonaro o trumpista en clave local, no supimos dar con las respuestas políticas adecuadas, pese a que se había ganado parte de la batalla cultural, o sencillamente nos resignamos, por impotencia, a fuerza de seguir pataleando en soledad –cada vez más cancelados, como ocurre con el espacio ambientalista– a que Argentina continuara presa de esa polarización. 

Aun así, vale la pena preguntarse: ¿por qué esa rabia, esa desazón, ese hartazgo no fue capitalizado por la izquierda política, donde hay cuadros tan potentes como Myriam Bregman, o incluso por alguien carismático como Juan Grabois, que busca reconstruir un espacio de centroizquierda y cuyo liderazgo sintetiza el contacto con la gente de abajo y los valores de solidaridad colectiva? El trotskismo avanza, ciertamente, pero –verdad de perogrullo– en un país tan peronizado como Argentina, siempre resulta difícil disputar el voto popular. El trotskismo siempre ha sido reactivo; y si bien en los últimos años puso nuevos temas en agenda, suele volver a su obrerismo de origen (como sucedió con el tema del precariado, pues fue una de las primeras fuerzas políticas en tomarlo), y sus formas organizativas y sus contornos ideológicos funcionan como un muro difícil de atravesar. 

Por otro lado, el gran error de Grabois, quien sí abreva de la gran fuente peronista, es que no supo/quiso despegarse del kirchnerismo, el que además está en su peor versión histórica. Agotado ya, la única capacidad efectiva del cristinismo –última variante del kirchnerismo–, además de haber hecho implosionar el gobierno actual desde adentro, consiste en seguir absorbiendo y monopolizando un espacio que ya no representa (la centroizquierda), y al cual el resto de las fuerzas progresistas se sometieron voluntariamente. En vez de tratar de construir una fuerza de centroizquierda independiente del kirchnerismo, Grabois buscó fusionarse con él e incluso representarlo en su versión más «pura». En lugar de convocar a otros espacios para ir generando una nueva línea de acumulación política desde la centroizquierda, su discurso volvió sobre el kirchnerimo de modo extemporáneo. Apenas se conocieron los resultados de las PASO, las declaraciones que hizo Grabois sonaron de otra época en sus referencia al kirchnerismo. Y, más precisamente hablando de Cristina Fernández de Kirchner, dijo: «Perdón si no te defendimos lo suficiente».

En términos profesionales y personales, aunque mis temas refieren cada vez más a la crisis socioecológica en clave latinoamericana, fuera del país casi siempre me toca responder acerca de «la crisis argentina»; una pregunta coyuntural que en el exterior vino a reemplazar aquella sempiterna acerca de «¿qué es el peronismo?», mezclando por igual curiosidad y desconcierto. Ay, la bendita y repetida CRISIS, ya convertida en policrisis; demasiado largo de contar, demasiado difícil de resumir, demasiado fácil de simplificar. Por ello desde hace unos años suelo ingresar a los espacios de debate diciendo que no me pregunten por Argentina… Y no es que lo haga por pereza intelectual, sino más bien por escepticismo y desesperanza. La desazón, el hartazgo, la angustia social como signo de época es algo que no hemos podido procesar bien desde diferentes sectores sociales, y eso nos incluye también a nosotros, los intelectuales críticos de izquierda y centroizquierda.

Abundan desde hace rato las comparaciones con la gran crisis de 2001, pero las diferencias son de talla: entre ellas, en 2023 no hay actores sociales movilizados con capacidad de interpelar a la sociedad, como en aquel otro momento de crisis lo fueron las organizaciones piqueteras, desde el hambre, los cortes de ruta y el trabajo colaborativo en los barrios. En la actualidad, existe un enorme tejido asociativo que ha ido creciendo en las últimas décadas, y una incesante y pertinaz movilización colectiva que refrenda nuestra histórica capacidad de protesta, pero hay demasiada fragmentación y pobreza, demasiada conformismo corporatista, demasiada política de la inmediatez, demasiado etiquetado frontal a la hora de la discusión democrática, entre tantas otras cosas. Hay tejido social organizativo en abundancia, pero existe poca construcción contrahegemónica desde abajo que tenga la capacidad de volver a hacernos soñar –como en 2001– con una sociedad mejor y diferente, a través de conceptos-horizonte que hoy tendrían que asociar necesariamente la justicia social con la justicia ambiental, el respeto de las diversidades y de género con la reparación étnica. Y lo que asoma como potencial construcción hegemónica –o podría asomar–, con La Libertad Avanza, repudia precisamente todos esos valores, tanto en su conjunto como cada uno por separado.

Aciertan Mariano Schuster y Pablo Stefanoni en cuanto a la resignificación por derecha que la fuerza de Milei hizo del 2001 argentino y el «Que se vayan todos», no ya con la promesa de la restauración del vínculo social desde valores como la solidaridad, la movilización colectiva y el Estado social, sino a través de la defensa del individuo trabajador, ignorado y/o explotado por un Estado ineficiente y corrupto. El circulo que comenzó como un estallido y se fue desplegando por izquierda en 2001, se cierra hoy por derecha en 2023. 

No deja de sorprender cómo, en estos primeros días, el periodismo vernáculo que el propio Milei denuncia como «ensobrado» (comprado) ayuda a instalar la agenda libertaria y naturaliza al candidato, e incluso, a la hora de entrevistarlo, se autolimita en el tono y teme sus arrebatos. Hasta parecen haberse intercambiado los roles; el que queda desubicado o fuera de foco ya no es un Milei que vocifera barbaridades, sino los periodistas que titubean o son corregidos una y otra vez cuando aquel presenta su programa de gobierno, por momentos con un tono didáctico, de maestro, ante alumnos confundidos. Su voz se cargó de autoridad, aquella que le dan las urnas. 

Milei pasó de ser el payaso mediático que nadie tomaba en serio a ser el líder insoslayable de las mayorías silenciosas, que hoy se halla a cien metros de la Casa Rosada. «El Joker, el Guasón como emergente social dislocado, que podría convertirse en el líder de Ciudad Gótica, sumida en una gran tensión social», comentaba la escritora Claudia Aboaf en un intercambio privado. Milei le agrega así una capa más de distopía a una sociedad sumida en la policrisis y un planeta ya herido por el colapso. Su triunfo habilita nuevos umbrales, abre a un escenario de una fuerte regresión político-cultural. No seremos los primeros. Ejemplos en el mundo hay muchos, y Brasil es el más cercano; las marcas del bolsonarismo no se han ido siquiera luego del triunfo de Lula da Silva. Pero sobre todo, lo que Milei trae consigo nos obliga a interrogarnos no solamente sobre la mayoría silenciosa que se ve representada en él, sino también sobre nosotros mismos, corresponsables de esta distopía en marcha.