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Frente a la crisis del progresismo

por Maristella Svampa para Revista Otra Parte

Hace tiempo que el progresismo gubernamental, no sólo argentino, sino también latinoamericano, se halla en estado de implosión. No es ninguna novedad. Primero se fue apagando como ciclo, hacia 2015, cuando dejó de ser un ambicioso movimiento regional que alineaba diferentes gobiernos sudamericanos en pos de una lengua común; luego se fue deshilachando como campo, al compás de una concentración del poder en los ejecutivos y una polarización vertiginosa y sin retorno, frente a la emergencia de las derechas antiprogresistas; hoy, a la luz de lo que sucede en varios países de la región, parecería extinguirse como relato. Esta crisis de los progresismos gubernamentales —que es más un estallido, una implosión, que un cierre silencioso o un gemido—, nos preocupa y desvela porque afecta no sólo el legado progresista de los que fueron o continúan siendo gobierno, sino el conjunto de las narrativas de cambio, vinculadas a derechos, incluso de aquellos que nunca fueron ni fuimos prooficialistas, en un contexto que pretende cuestionar su legitimidad y catapulta aún más a las extremas derechas radicales y autoritarias.

En la olimpíada de desastres latinoamericanos, la Argentina parece haber picado en punta, ilustrado por un lado en la entronización de una extrema derecha ultraliberal y, por otro, en la debacle de la oposición del progresismo kirchnerista. Si hasta ayer el balance político del gobierno de Alberto Fernández era devastador, la reciente revelación de sus agresiones (violencia de género) contra Fabiola Yáñez terminó por hacer implosionar lo último que quedaba en pie del relato progresista del anterior gobierno: la política de género. Mientras en el país se profundiza la recesión económica, empeoran los índices sociales del hambre y la pobreza, y las encuestas indican la caída de la imagen de Javier Milei por debajo del cincuenta por ciento de apoyo, el centro de la agenda pública lo ocupa esta sensación del fin, de la debacle absoluta del progresismo, y la pregunta acerca de si puede sobrevivir o no la narrativa progresista, frente a tanta derrota política, a tanta ofensa moral.

Así, en estos días en que nos indignamos y escandalizamos ante lo que sucede en la Argentina, con Alberto Fernández, o ante lo que ocurre en Venezuela, país que vive un atronador fraude electoral, bien vale la pena excavar en las narrativas y proyectos de los progresismos gubernamentales, ahondar hasta dónde llegan las esquirlas de esa brecha explosiva instalada entre hechos y relatos, para indagar si estamos o no ante el fin de aquello que genéricamente podemos llamar narrativas de derechos.

Mi hipótesis, spoiler mediante, es que resulta imperioso reaccionar y reposicionarse colectivamente, aprender a ser realistas y autocríticos, no tirar al niño con el agua sucia de la bañera —perdón por utilizar esta frase decimonónica—, pues todavía hay mucha tela para cortar, mucha red sana por tejer, mucho acumulado de luchas por derechos para reivindicar. Sin embargo, si no lo hacemos de modo urgente, creíble y solidario, si no apuntamos a la creación de una nueva narrativa colectiva tentacular de cambio, nos arriesgamos efectivamente a un colapso mayor.

Promesas de los progresismos. Déjenme hacer un poco de historia, sucinta y abreviada. El ciclo progresista, la llamada “marea rosa”, arrancó en el año 2000 en el Cono Sur y generó grandes expectativas políticas de cambio. Una lingua franca se construyó en torno a varios ejes compartidos: la crítica al neoliberalismo, la promoción de políticas económicas heterodoxas, la promesa de la inclusión social, el rol creciente del Estado; el latinoamericanismo desafiante, y también, no debemos olvidarlo, la expansión del neoextractivismo y sus impactos.

Uno de los elementos más relevantes del ciclo progresista es que sus gobiernos fueron traccionados por fuerzas y energías sociales muy movilizadas que apostaban a más democracia, nunca a menos. Así, hubo nuevas constituciones fundacionales —como la de Ecuador, que sancionó los derechos de la Naturaleza, o la de Bolivia, que incluyó la plurinacionalidad del Estado—; en Venezuela, se crearon consejos comunales en los tiempos de Chávez (algo así como soviets sentados sobre barriles de petróleo), y en Brasil, un Lula todavía vigoroso desde su origen obrero-sindical prometía un programa que terminaría con la extendida pobreza.

El kirchnerismo, como progresismo peronista, ancló su promesa fundacional a la crisis de 2001, una crisis sistémica e hiperbólica, que casi se lleva puesto al conjunto de la clase política y económica; hoy diríamos la “casta”. Sin la radicalidad de otros regímenes latinoamericanos, pero al calor de una crisis extraordinaria, la promesa de Néstor Kirchner no fue la de dinamitar a la casta, sino la de acercar a representantes y representados; junto con la voluntad de controlar las movilizaciones plebeyas y de clase media, para volver a poner la política en el centro de la esfera institucional. Por eso su apuesta política inicial fue la de remover a una Corte Suprema de Justicia desacreditada y vincularse con la narrativa de derechos humanos. Esto conllevó una revalorización del progresismo, también en clave de “justicia social”, asociado a una política de empleo, de reducción de la pobreza y de contención e incorporación de movimientos piqueteros mediante una batería de planes sociales.

A partir de 2008, Cristina Fernández de Kirchner le daría su impronta personal al progresismo peronista desde el poder, en el que convergía un liderazgo casi magnético en el uso de la palabra con un populismo nacionalista más centralizado y un estilo político rígido, con escasa capacidad de gestión del conflicto y de diálogo con actores diferentes. Igualmente, el progresismo de CFK, aunque extremadamente vertical, apuntaba a una narrativa de derechos. A la política de la inclusión social —por la vía del consumo— y la de derechos humanos en relación con el pasado dictatorial, se sumaría aquella de la diversidad sexual (matrimonio igualitario) y, ya sin CFK en el gobierno, la potente narrativa feminista, que no tardaría en convertirse en un movimiento de movimientos y que lograría, en su segundo intento, bajo el gobierno de Alberto Fernández, la legalización del aborto y la promoción de una política activa de género y diversidades.

Pueblos originarios y movimientos territoriales antiextractivistas quedaron por fuera del universo progresista kirchnerista, aun cuando la tensión inestable del gobierno con las comunidades indígenas siempre abriría espacios de geometría variable. Pero no fue así con el ambientalismo de raíces territoriales; me refiero a ese ambientalismo polifónico de base federal que pone el cuerpo en los territorios, que apenas si tuvo puntos de encuentro con el progresismo gubernamental en el nivel nacional. No porque aspirara al desencuentro; sino porque el kirchnerismo, una vez sorteada la instancia de vivir como oposición (como sucedió durante el período macrista, entre 2015 y 2019, cuando hubo acercamiento), volvía a las políticas de siempre, mostrando con ello su indiferencia ante el agravamiento de la crisis climática y su apego a las políticas extractivistas, en nombre de las exportaciones y el pago de la deuda externa. Esta selectividad del progresismo gubernamental —como ya lo analicé en otros textos—, no es atributo exclusivo de la Argentina, y con sus variantes y especificidades, tiene un alcance regional.

Pero volvamos a la escala latinoamericana, porque durante esos quince años de hegemonía (2000-2015) mucha agua corrió bajo el puente. La crisis llegó no solo por la caída del precio de los commodities (en 2011) sino por la ausencia misma de transformaciones estructurales (no hubo reformas fiscales progresivas), mientras la pobreza, que se había reducido en tiempos de vacas gordas, volvía a crecer, y la concentración de la riqueza aumentaba. En ese quinquenio excepcional pudimos ver cómo se iba haciendo más rígido el campo de los progresismos gubernamentales al compás de la negación de la nueva institucionalidad democrática radical, de procesos de concentración del poder en manos de líderes cada vez más todopoderosos, más verticalistas, de dinámicas de corrupción de alto vuelo e impacto regional (caso Odebrecht).

Aun así, aunque los resultados finales eran desiguales según los países, el desmembramiento del campo progresista latinoamericano no alcanzaba hasta ahí para borrar esa impronta primera que coloreó la marea rosa, en su articulación con organizaciones del campo popular, a saber, la promesa de más democracia, de igualdad, de más derechos, en el marco de una nueva institucionalidad, en países atravesados por tantas dictaduras, por tantas desigualdades sociales, por tantos procesos de exclusión multidimensionales. Más simple: los progresismos realmente existentes parecían haber cumplido su ciclo, había decepción y desencanto, traiciones y manipulaciones, y sobre todo, mucho desajuste entre políticas y discursos. Como le escuché decir al sindicalista Julio Fuentes en 2017, “entre el relato y la realidad hubo mucha diferencia: todos queríamos vivir en el país del otro, porque lo que estábamos viendo era el relato”. La distancia entre relato y realidad era cuestionable, pero no así la narrativa de derechos en sí misma, que sobrepasaba esas experiencias y seguía siendo legítima.

Polarización y cambio de época. Uno de los elementos más relevantes del ciclo progresista fue el surgimiento y la consolidación de escenarios de polarización política que enfrentaron a los oficialismos con una reacción antiprogresista de amplio espectro. Esta polarización fue configurando “campos de acción”, “en los cuales se expresaban corrientes sociales que incluían no sólo movimientos sociales sino también partidos políticos y otros grupos en disputa”, como dice el colega brasileño Breno Bringel. Estas corrientes sociales compitieron con los progresismos gubernamentales en masividad en las calles y fueron una ventana de oportunidad en la que se iría decantando una derecha política, que buscaría barrer no sólo con los gobiernos sino también con las banderas sostenidas por la narrativa progresista.

A partir de 2015 el giro a la derecha fue más pronunciado y el backlash fue adquiriendo configuraciones abiertamente electorales, mientras los progresismos gubernamentales acentuaban su declive. Uno de casos más dramáticos fue el de Brasil, con el impeachment contra Dilma Roussef (2016) y el encarcelamiento de Lula (2018-2019), a lo que se sumó el triunfo electoral de Jair Bolsonaro (2019). También hubo mutaciones internas, como la de Lenín Moreno en Ecuador (2017-2021), quien pese a ser ungido por Rafael Correa, una vez que llegó al gobierno dio un giro a la derecha. O la deriva del gobierno de Nicolás Maduro, luego de la muerte de Chávez (2013), que desarrollaría una minuciosa y perversa estrategia —casi capilar— de bloqueo electoral, ante una derecha agresiva y clasista; y cuya crisis económica y política llevó a la expulsión/emigración de cerca de ocho millones de venezolanos. Hace años que Maduro consolidó un “neoliberalismo autoritario y criminal” —como dice un amigo venezolano de izquierda—, pese a la utilización grotesca que hace su gobierno de la narrativa progresista. Ni que hablar de Nicaragua, donde el matrimonio Ortega-Murillo instauró una dictadura implacable, desarrollando un sistema represivo que desinstaló la institucionalidad democrática y abarca todos los sectores de la sociedad civil.

Mucho se habló también del golpe de Estado contra Evo Morales en 2019, un Evo de raíces campesinas-indígenas, pero cuyo infatigable deseo de perennidad en el gobierno volvió a despertar en Bolivia el peor de los demonios, el racismo antiindígena. Pese a ello, el régimen de facto no pudo consolidarse y debió llamar a elecciones libres, que permitieron al Movimiento al Socialismo (MAS), aunque no a Evo Morales, volver una vez más al gobierno. Hoy el progresismo boliviano se ve reducido a una lucha vergonzosa entre el liderazgo de Evo y el del actual presidente, Luis Arce, en medio de una crisis económica atada al fin (¿temporario?) de la abundancia del gas.

Por otro lado, a nadie se le escapa —y menos a la derecha— que los giros autoritarios de los progresismos —como en Venezuela y Nicaragua— han sido muy mal procesados en el campo de las izquierdas prooficialistas, dentro del cual todavía hay sectores que leen estos procesos en clave exclusivamente conspirativa, empeorando el daño que ya hacen tales derivas. Siempre hubo conspiraciones de la derecha, nadie lo está negando de plano, pero estas no pueden borrar las tensiones y los errores políticos desencadenados por procesos endógenos, y mucho menos justificar la falta de autocrítica.

Todo indica un nuevo cambio de época, cuyos impactos políticos a largo plazo son enormes, impredecibles en un contexto de policrisis civilizatoria, que se refleja no sólo en el empoderamiento de las derechas sino además en el claro agotamiento de los progresismos gubernamentales. La emergencia más reciente de un polo progresista inorgánico no ha sido suficiente para contrarrestar el nuevo clima de época. Este muestra la coexistencia de figuras innovadoras como Gustavo Petro en Colombia (el único líder latinoamericano que une articuladamente lo social con lo ambiental), otras más o menos continuistas como Gabriel Boric en Chile, y la vuelta de Lula da Silva en Brasil, fuertemente cercado por fuerzas conservadoras y de derecha. En México, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, portador de una mirada desarrollista-estatista casi propia de los años setenta, siempre funcionó como un “progresismo tardío”, como dice el ítalo-mexicano Massimo Modonesi, con nulos vínculos con el ciclo progresista anterior.

En este escenario político divergente, sin hegemonías claras, lo novedoso del período es a todas luces el surgimiento de una derecha radical autoritaria con Bolsonaro en Brasil, y algunos años más tarde, el triunfo de Javier Milei en nuestro país. Así, el clima político en América Latina fue mutando y enrareciéndose cada vez más: hoy la tendencia es la normalización de los autoritarismos, la expansión de estructuras criminales, como el narcotráfico, y el retorno en fuerza de las recetas neoliberales como “única” salida económica y social.

A escala global, todo parece ir en favor de la expansión de las extremas derechas y sus discursos antiinmigrante. En pleno agravamiento de la crisis climática, líderes negacionistas han gobernado países como Estados Unidos, Australia y Brasil; han surgido extremas derechas con un discurso ecofascista, como la que estuvo a punto de entronizarse en Francia, mientras la derecha autoritaria continúa siendo gobierno en países como Hungría e Israel, entre otros. El caso es que las extremas derechas se han convertido en una alternativa peligrosísima de poder.

La Argentina y la gran vaca peronista. Después de doce años de kirchnerismo (2003-2015), el progresismo gubernamental ya afrontaba una crisis y un agotamiento profundo. La primera alternancia electoral postkirchnerista, entre 2015 y 2019, con Mauricio Macri, se propuso aplicar un programa de políticas neoliberales, pero aún se insertaba en un clima político y social dominado por la narrativa progresista en torno a los derechos. Sabemos del fracaso del gobierno macrista: aumentó las tarifas de los servicios públicos, potenció la pobreza y el deterioro del salario, no logró bajar la ya alta inflación, que venía impactando en sectores medios y populares, y encima tomó un préstamo multimillonario con el FMI que sirvió para exacerbar la fuga de capitales por parte de empresarios y amigos del poder.

No es extraño entonces que, tras el fracaso neoliberal, en 2019 volviera a ganar una coalición política con una connotación progresista controlada por el kirchnerismo, pero en un escenario político diferente de aquel de 2015. El Frente de Todos, autodefinido como “una coalición peronista y progresista”, nació bajo el control férreo de CFK, quien eligió como candidato a presidente, sin consulta con sus socios partidarios, a Alberto Fernández, a quien sólo conocíamos como un hábil operador y jefe de gabinete durante el gobierno de Néstor Kirchner, y cuyo vocación “negociadora” revelaba una intención que muchos, en aquel momento, encontraban como “razonablemente conservadora”… La crisis económica, agravada por la pandemia de covid-19, las fotos de la fiesta privada en Olivos y una sequía prolongada que afectaría al sector agroexportador irían configurando no sólo la imagen de un presidente débil, pusilánime, mentiroso y sin autonomía, sino también, como contracara, la imagen de una vicepresidenta (CFK) políticamente mezquina, incapaz de asumir la responsabilidad por los resultados negativos de la gestión en curso.

Milei supo captar gran parte de este descontento frente al fracaso de los diferentes gobiernos —tanto del progresismo gubernamental como el de la derecha mainstream— rearticulando las humillaciones, agravios y aspiraciones bajo una ideología ultraliberal y antiestatal, en la que la apelación a la “libertad” y la supuesta batalla contra la “casta política” resultaron muy eficaces frente a la idea de una justicia social cada vez más erosionada.

Y en este punto me parece importante subrayar que, en su afán por confrontar y vencer a la derecha en el plano electoral, el kirchnerismo terminó por absorber e incorporar todo lo que quedaba del espacio de la centroizquierda partidaria independiente en el país. La gran “vaca peronista” (no hay otro rumiante que simbolice mejor la perennidad del peronismo y su centralidad en el modelo político-económico argentino) deglutió y digirió en alguno de sus cuatro estómagos todo lo que quedaba de las fuerzas de centroizquierda e izquierda nacional partidaria, que al menos se había mantenido con cierta independencia desde 2003. El caso es que en 2019, si hablamos de opciones partidarias de izquierda/centroizquierda, fuera del espacio poligástrico panperonista/panprogresista, sólo quedaba el trotskismo, el cual, pese a tener líderes/lideresas políticos de fuste y estar presente en una gran cantidad de conflictos sociales, cuenta con una representatividad política menor.

El futuro y el campo social. Si el o la lectora ha llegado hasta aquí, además de agradecer su paciencia, quisiera aclarar que mi objetivo no es contar la historia reciente, pero sí escarbar y comprender algunos (sólo algunos) de los aspectos simbólicos de la implosión del “relato progresista” y preguntarme hasta dónde la debacle del progresismo de gobierno (con sus cuatro estómagos) afecta o no las narrativas de derechos, de corte emancipatorio.

La gran vaca peronista deglutió varios de los esfuerzos progresistas que se gestaron en las últimas décadas en la Argentina, al menos en el campo político partidario, pero no así en el amplio campo de lo social, que siempre es más dinámico, polifónico y fluido que el partidario. Y aunque nadie en sus cabales podría negar que hay experiencias de derechos humanos, de organizaciones campesinas y piqueteras, y de feminismos que fueron incorporadas en las diferentes fases del gobierno kirchnerista y que probablemente no tengan punto de retorno, estemos atentos a la tentación metonímica y no caigamos en ella. No hay que tomar la parte por el todo. La Argentina tiene un gran acumulado de luchas por la defensa de los derechos humanos, de los derechos sociales, de los derechos ambientales, de los derechos indígenas, de los derechos de las mujeres y las disidencias sexuales, que sobrepasa largamente el progresismo gubernamental y sus límites. Tampoco todas esas experiencias que se mantuvieron fuera del espacio progresista gubernamental son de radicalidad. Pero muchas viven y se reproducen en el campo social bajo dinámicas moleculares de resistencia, cuentan con largas trayectorias que oscilan entre la latencia y la presencia masiva en las calles; buscan tejer redes e instancias de diálogo y articulación entre ellas, construir horizontes de justicia social y sostenibilidad digna. Es contra ese músculo social, contra esa energía pluridimensional de las resistencias contra lo que apuntan Patricia Bullrich y Javier Milei, no sólo mediante la brutal política económica de ajuste, sino a través del disciplinamiento represivo, la deslegitimación y la política del miedo.

Voy cerrando esta reflexión en voz alta, con la idea de abrir al intercambio y tejer redes entre las narrativas que proponen perspectivas de cambio político y ecosocial integral. La parábola de la gran vaca peronista nos puede servir para repensar el presente agónico argentino respecto de los progresismos gubernamentales, para recuperar la sensatez y al mismo tiempo la radicalidad política que exigen estos tiempos oscuros y dar por cerrado el ciclo kirchnerista-progresista; para apuntar a construir otros horizontes políticos desde una articulación respetuosa y democrática. Es momento de transicionar, de repensar estratégicamente discursos y prácticas, y de avanzar en la construcción de nuevas propuestas de cambio que aborden el contexto de crisis entrelazadas que vivimos: crisis climática, aumento de las desigualdades, crisis energética, expansión de las extremas derechas, erosión de los valores democráticos, crisis de los cuidados, consolidación del patriarcado y del belicismo. Es el momento de encontrar nuevos lenguajes, incluso tal vez de abandonar términos como “progresismo”, si es que tienen más lastre que potencialidad. Momento para que movimientos y articulaciones políticas abran el espacio a narrativas tentaculares en torno a los derechos, ancladas en diferentes experiencias sociales, con propuestas en el plano de la justicia social, la justicia ambiental, la justicia de género y la justicia racial. Imposible mirar para otro lado. Habrá que apostar a la imaginación política y no quedarnos anclados en el lenguaje de la resignación; abrirnos a una lucha multidimensional que inevitablemente debe involucrarnos a todas y todos, sin liderazgos rígidos ni selectividades imperdonables.

Agradezco los comentarios de Melisa Argento, Graciela Speranza y Enrique Viale.

Imagen: ///////))_lo))), de Osías Yanov, 2014, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

rondas de escucha

Rondas de escucha, frente a la política de shock

Por Jorge Daneri para Análisis

Deberíamos convocar a una secuencia de mesas redondas, de ejercicio pleno de la capacidad de escucha para saber que lo anunciado como nuevo no lo es; que es un conjunto de historias ya vividas por aquí y más por allá, que ahora vienen para, quizás, sostenerse por mucho tiempo, o nada. Depende de los pueblos y de legisladores nacionales que aún puedan preservar aquello de que se “rompa y no se doble”, o “la causas de los desposeídos”, o “la lucha contra el Régimen”, o “no hay justicia ambiental sin justicia social”, o, finalmente, “somos agua, monto, humedales, madre tierra”.

La primera conversación quizás debería ser imaginada con la presencia de tres seres, claro, muy especiales, conversando sobre la realidad política argentina, sentados en una mesa bien redonda del café Tortoni en Buenos Aires o en el teatro (público), el “Tres de Febrero” de Paraná, ciudad capital de la Organización Nacional.

En esa mesa debería estar Naomi Klein, Vandana Shiva, Timothy Snyder.

En la segunda ronda: Saskia Sassen, Nicholas Shaxson y Byung-Chul Han.

Deberíamos poder convocarlos a estos pensadores para compartir sus visiones sobre la agresividad de las viejas políticas de los mandatarios de la escuela económica de Chicago, ahora como integradas en cuestiones no de forma, como se nos quiere exponer, sino muy de fondo, y entonces comprender sus lógicas y consecuencias.

Nos podrían brindar algunas, sino todas las pistas, indicadores, sobre lo que muy probablemente suceda o, mejor, se profundice en nuestra tierra al sur del mundo, de concretarse las mismas, así impulsadas en el Decreto de “Necesidad y Urgencia” (DNU) y en el ahora proyecto privatizador de los ecosistemas estratégicos y vitales de argentina, expuesto en la iniciativa de Ley Ómnibus presentado ayer al Congreso de la Nación.

Pero antes, en estos tiempos de imposible descanso, reflexión pausada, evaluación de lo que nos sucede, intentar leerlos.

En el orden aquí presentados, entre otros tantos de sus textos, las siguientes obras: “La Doctrina del Shock: El auge del capitalismo del desastre”, Editorial Planeta, 2012. “Ecofeminismo”, Editorial Icaria 2016 y “Sobre la tiranía, veinte lecciones del Siglo XX”, Editorial Salamandra Ediciones, 2022.

Segunda vuelta

En la segunda convocatoria al ejercicio que proponemos, en semejante crisis civilizatoria y este experimento de privatización de la política, con mucha calma, del arte de la escucha, los referentes seguramente dejarían mudos a los lectores comprometidos, de convicciones no contaminadas por la crisis de representación política o, quizás, el saberse minoría y muy fuera de las grietas. Aquí sus libros, siempre en el mismo orden: Sassen “Expulsiones” Editorial Katz Barpal, 2015. Shaxson “Las islas del tesoro, Los paraísos fiscales y los hombres que se robaron el mundo”. Editorial Fondo de Cultura Económica, 2014 y Chul Han “Capitalismo y pulsión de muerte”, Editorial Herder, 2022.

Intentar un resumen de las magníficas obras de arte de estos seis seres humanos sería algo así como una denuncia activa y comprometida sobre la privatización de la política. La “No política”, es el mayor ejercicio de lo peor de la política en beneficio voraz de los capitales de todo tipo, concentrados en las mega corporaciones del agronegocio, la minería y los combustibles fósiles. Regiones del planeta de exclusión y expulsión, el capitalismo del desastre que se está llevando a la tierra puesta y con ella a las futuras generaciones. Privatización absoluta de los bienes comunes renovables y los no renovables. Aprenderíamos del rol de los paraísos fiscales, sus secuaces nativos y mecanismos al servicio del remate de los pueblos y sus territorios cargados de bienes naturales (litio, pesca, minerales, granos, maderas, diversidades biológicas, etcétera). Concentración del poder sin códigos ni parlamentos que puedan poner límites.

Para una tercera ronda de conversaciones, proponer a Maristella Svampa y Enrique Viale, seres de nuestra aún maravillosa tierra de Abya Yala, para que puedan participar sumergiéndonos previamente desde “Maldesarrollo. La Argentina del extractivismo y el despojo”, de Editorial Katz, 2015.

El proyecto de mega ley ingresado ayer, pone foco también en derretir la médula de la ley de protección de los Glaciares; lo mismo propone con el espíritu y razón de existir, de ser naturaleza, de la ley de protección de los bosques argentinos. Y ya avanza sobre el gran río Paraná, proponiendo ni más ni menos que la privatización de la Administración General de Puertos.

Es coherente el Presidente Javier Milei, el cambio climático, fuera. Los nuevos gobernadores deberán ponerse a estudiar los principios rectores de la política hídrica nacional y eso que denominan el ciclo del agua.

Recuerdo cuando no pocos encumbrados dirigentes de diversos partidos políticos denunciaban, “vienen por el agua”. Vamos a conversar con ellos ahora, vamos a invitarlos a la lectura y el estudio, convocarlos a la memoria reciente sobre de la construcción social e institucional de muchas de estas normas ejemplares, pero con los tiempos de la democracia ambiental, no de este delirio desenfrenado que borra las esencias, el espíritu de las leyes y la constitución nacional.

Antípodas frente a un supuesto nuevo contrato social, que por lo menos, no pocos, no vamos a acompañar y menos silenciarnos.

Milei

Activistas encaran a emisario de Javier Milei, que busca apoyo del FMI y BM para dolarizar la economía argentina

Milei, “el gatito mimoso del poder económico” y negacionista del cambio climático, es plasmado en billete de protesta en Marruecos, donde se desarrolla el encuentro del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial

MARRAKECH, Marruecos, 12 de octubre de 2023.– Con un gran billete de 100 dólares que muestra al candidato presidencial Javier Milei como un “gatito mimoso del poder económico” y negacionista del cambio climático, ambientalistas argentinos y de otras partes del mundo protestaron en la sede donde se lleva a cabo las reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).

Durante la reunión del Fondo en Marrakech, los ambientalistas presentaron una carta dirigida a su directora gerente, Kristalina Georgieva, expresando que “el FMI no puede ser condescendiente y avalar políticas económicas que impliquen un retroceso en materia ambiental”, donde condenaron el negacionismo climático de Milei y la postura pro-extractivista de los principales candidatos.

La carta ha sido firmada por la Asociación Argentina de Abogados/as Ambientalistas (AAdeAA), Avaaz, el Colectivo de Acción por la Justicia Ecosocial (CAJE), Eco Asamblea Parque Camet, Regional AJÓ APDH, Comisión por el Agua, Taller de Comunicación Ambiental (Rosario), Ecologismo Popular Movimiento Evita Tucumán, Asamblea No a la Mina Esquel, Preservando Hudson, Organización Socio Ambiental Guardianes del Y’vera, Red Corrientes de Derechos Humanos, Fundación Arbolar, Espacio Vivo, Centro de Estudiantes de Terciarios y Tecnicaturas República Oriental del Uruguay (Cetprou), Mesa Provincial no a las Represas (Misiones – Argentina), Güerta y Energía, Conciencia Ecológica, Defensores del Pastizal, ASAMBLEA CIUDADANA AMBIENTAL GUALEGUAYCHÚ, Salvemos los Humedales Villa Constitución, Acción Consciente, Vecinos por Humedales del Río Uruguay.

Milei, candidato de la Libertad Avanza, es representado en este foro financiero por el banquero Juan Ignacio Napoli, que asiste como presidente del Banco de Valores de Argentina y miembro del Consejo de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires; pero además lo hace como candidato a senador por el mismo partido político y que busca apoyo al proyecto de dolarizar la economía

El equipo de economía de Milei plantea que la dolarización es la puerta de salida a la histórica crisis económica que mantiene en deuda al país desde hace más de 70 años con el FMI, el BM y otras instituciones financieras. Sin embargo, esta decisión sería un duro golpe para el 40,1% de la población que ya vive en situación de pobreza y sus ideas generan preocupación en el Fondo.

“Las ideas de Milei van a contramano de lo que se está discutiendo en el mundo, en momentos en que incluso dentro del FMI, se discute la importancia de una reforma financiera internacional, la desdolarización, los canjes de deuda por acciones ambientales y la importancia de la integración de la economía con los Objetivos del Desarrollo Sustentable, el Acuerdo de París y el Marco Global para la Biodiversidad”, dijo Emilio Spataro, coordinador de políticas públicas de Avaaz en América Latina.

“En Argentina se presentan estas ideas como nuevas, pero son ideas que ya han fracasado en el pasado y que sólo dejaron más pobreza, inequidad y malestar social. Es preciso que el pueblo argentino aprenda de su pasado y no vuelva a repetirlo creyendo en promesas impulsadas por apostatas del dólar, que añoran volver a las épocas del consenso de Washington”, agregó Enrique Viale, presidente de la AAdeAA y el CAJE.

El dólar con el rostro de Milei, en vez del de George Washington, ha sido el emblema de las caravanas de campaña de “La Libertad Avanza”. El elemento central del dólar intervenido en Marrakech critica la campaña de dolarización del Milei, mostrándole como un “gatito mimoso de poder económico” tal cual fue definido en el primer debate presidencial, en vez de la imagen del león, qué él promueve.

Los ambientalistas agregaron en el billete elementos como las palabras “odio” y “oil” (petróleo en inglés), en vez de la palabra dólar, así como los mensajes “venta de órganos” y “privatizador de ríos” en referencias a dos controvertidas ideas del candidato. En un juego de palabras con las frases del billete también se lee “Milei: Reality Denier Of America” (en español: “Milei: el negacionista de la realidad de América”) y “The Dollar’s Boy” (“el muchacho del dólar”, traducido del inglés), jugando con el recuerdo de los Chicago Boys, la escuela de economistas neoliberales que predominaron en la década de los 90.

En el reverso del billete de protesta se puede leer la palabra “ODIO”, acusando a Milei de promover el odio y la división en la sociedad. Otros dos mensajes en el anverso del billete son: “Don’t fund climate deniers” (“No financien a los negacionistas del clima”) y “In Milei we can’t trust” (“En Milei no podemos confiar”) en lugar del célebre “In God we can trust” (en Dios podemos confiar, como dice en el billete original). En la parte inferior del billete también se puede leer: “No apoyes negacionistas”.

En los años 90 la ciencia alertó sobre los efectos del cambio climático y desde entonces, 192 países han ratificado sus esfuerzos para combatir los impactos del clima y por la pérdida de biodiversidad. Ambos temas forman parte de las grandes discusiones políticas en todos los foros internacionales. 

Las ideas negacionistas sobre la crisis climática por parte de Milei no comenzaron en los debates presidenciales. En 2021 aseguró que “el calentamiento global es otra de las mentiras del socialismo” y que lo que se busca es infundir miedo. Otra de las frases polémicas y muy repudiadas fue cuando Milei propuso privatizar los ríos para solucionar la contaminación. Recientemente, en el segundo debate presidencial, Milei reafirmó su visión negacionista del cambio climático al asegurar que “todas esas políticas que culpan al ser humano del cambio climático son falsas y lo único que buscan esas políticas es recaudar fondos”. Además, Milei ha sido claro en que si gana la presidencia, no se adherirá a la Agenda 2030 ni respetará el acuerdo de París sobre el clima.

“La población argentina está viviendo en carne propia estos impactos ambientales y económicos de las sequías, que están produciendo bajas en las cosechas de soja, maíz y trigo. Tomar decisiones políticas desestimando los esfuerzos internacionales para combatir el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, sólo provocarán más sudor y lágrimas al pueblo argentino, en especial en las poblaciones del interior”, agregó Martina Cortez, del movimiento Salus Terrae, de Santiago del Estero.

Cambio climático en Argentina: impactos ambientales y económicos

Argentina es uno de los pocos países que captura más carbono que el que genera, de acuerdo con recientes estudios de la NASA, lo cual demuestra que está contribuyendo a las metas climáticas para la reducción de emisiones de Gases de Efecto Invernadero. De hecho, los suelos argentinos almacenan el 2% de la reserva mundial de carbono. Sin embargo, la nación no está exenta de padecer las consecuencias del cambio climático global, que ya se evidencian en su economía. 

En el mes de agosto de este año, la Argentina enfrentó su peor ola de calor, con temperaturas superiores en 5 grados centígrados en comparación con el año anterior y superando a Europa, EE.UU. y China. Esto ha provocado una fuerte sequía que ya causó estragos en la economía, previamente dañada por la pandemia y luego por la guerra de Ucrania, que puso en riesgo el abasto de granos a nivel mundial. En la cosecha 2022/23, la producción de los tres principales cultivos de Argentina —soja, maíz y trigo— será 45% menor que el año anterior (cerca de 65 millones de toneladas). Este es el tercer año de sequía para la soja argentina y la de este año es la peor baja en 23 años. El costo de la sequía en el periodo 2022-2023 ascendió a US$ 14.140 millones

El titular de la Fundación Banco de Bosques y ex vicepresidente de Parques Nacionales, Emiliano Ezcurra, dijo: “Como octavo país más grande del mundo, la Argentina es un socio estratégico contra el cambio climático y la crisis de la biodiversidad. Es importante que  los programas del FMI incluyan la perspectiva de la conservación y ayuden a profundizar el compromiso de las autoridades con un fuerte rol ambiental que no es sólo bueno para el país sino que es gravitante para la humanidad”.

Y agregó: “Una Argentina que en el marco de sus ajustes productivos salga rápido hacia la transición energética, se libere de la deforestación y ofrezca cada vez más productos alimenticios sanos generados por Ia agricultura regenerativa, hará que la matriz productiva primaria sea más sólida y resiliente, aportando a cumplir las obligaciones financieras. De lo contrario, una Argentina vulnerable al cambio climático y en deterioro de su biodiversidad, siempre estará en dificultades financieras”.En noviembre de 2022, el Banco Mundial ya había recomendado a Argentina “crear un modelo de crecimiento inclusivo, resiliente y de bajas emisiones de carbono, adoptar un modelo de agricultura climáticamente inteligente, adaptar las políticas de apoyo social para incluir la transición hacia los empleos verdes. Y a inicios de octubre, Argentina presentó el plan para implementar el Acuerdo de Escazú reconociendo que el desarrollo del país no puede disociarse del cuidado del ambiente y que este esfuerzo representa “atraer más desarrollo, inclusión, equidad y más derechos“.

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La dignidad de la impermanencia

Por Jorge Daneri (*) para Era Verde

La civilización en la que vivimos en estos tiempos paso los límites que su madre, la Tierra, puede tolerar. Hemos violado la dignidad del mundo que nos dio la vida, a los unos y tantas otras madres que cultivaron amores para la perpetuidad de los seres humanos y no humanos. Los reinos de vida diversos están en proceso de extinción.

Somos parte de una civilización que perdió el sentido de la ternura, el respeto y la dignidad en la relación con la diversidad de seres de los cuales depende.

Perdió el sentido, la conciencia de su impermanencia y la ética en la continuidad convivencial de sus hijos, nietos, generaciones futuras de sueños posibles y amorosos; sí, del por-venir.

No respeta los límites naturales reconocidos por su propia ciencia. No politiza el amor por lo otro no humano. No lo quiere pensar, desarrollar, escribir, exponerlo en plataformas políticas, enriquecer ideologías, menos aún conformar propuestas, proyectos, tránsitos.

El problema, que es enorme, es que aún esta civilización, su paradigma de dominación productivista consumista (“La razón productivista”1), resulta ser mayoría en su representación política y en proceso de profundización, no solo en Argentina, en gran parte del planeta.

Es un suicidio colectivo, gestionado por la voracidad demencial de poderes retrógrados, casi dioses2 que buscan hasta la eternidad espacial, nanotecnológica y biotecnológica, o las dos integradas a la inteligencia artificial, quizás la mayor manifestación de la derrota casi final del ser humano que aún somos. Derrota de ese diálogo amoroso entre sentimientos y conciencia pensante.

Y en la alienación de esta cápsula tripulada en sus comandos por unas pocas corporaciones sin banderas ni escrúpulos, somos dependientes de las órdenes del fondo monetario internacional y la cultura de los paraísos fiscales (unos pocos mercenarios del mundo financiero) y negamos que somos totalmente dependientes de la Pachamama (madre tierra).

Es tal la magnitud de esta interdependencia y su negación, que bailamos la fiesta del extractivismo como un éxito, como una salvación. Nos constituimos en zonas de sacrificio y exclusión (enorme porcentaje de pobreza cultural, educativa y de las necesidades básicas insatisfechas) para exportar todo y corromper hasta la propia dignidad de las ideologías que nos conformaron como nación.

En este vacío ideológico «Nacional y Popular» –como gravemente del Radicalismo de la superestructura, sin olvidar al Socialismo argentino–, se necesita urgentemente recuperar sus «sistemas de ideas relacionados con las acciones», retomando el camino de construcción social y política de un «tercer movimiento histórico» nacional como lo esculpía y promovía Raúl Alfonsín.

El tercer movimiento que rescata los mayores valores y principios de la Unión Cívica Radical, el Socialismo y el Peronismo, en aquel sueño posible del preámbulo constitucional recitado por el presidente democrático, nos interpela provocando una revisión radical del sentido de nuestra Democracia, de los sentidos de vida de los movimientos políticos de las juventudes como de la diversidad de colectivos sociales. Aquellas comprometidas con los territorios y sus culturas, desde Ecologías Políticas expresadas por el ecosocialismo, el ecofeminismo, los movimientos indígenas, los colectivos asamblearios territorializados en la búsqueda de justicia ecosocial, que van entretejiendo sentido movimientista brindando la mística de vuelos convivenciales3 para las mayorías diversas que tanto lo necesitan.

La impermanecia política de los actuales candidatos, como de la vida de cada uno de nosotros, la impermanencia de la maldita grieta, como será también de la corrupción de las ideas y los dineros de los pueblos, nos permite, quizás nos posibilita, tomar conciencia de la gravedad de este cambio de época y la dignidad y lealtad de poner en la mesa del diálogo de saberes políticos, la crisis de civilización y el cómo transitar con más y más democracia participativa, salidas honorables, soberanas de nuestros territorios Abya yala.

DIÁLOGOS Y AUSENCIAS

Nuestro contrato social mayor nos brinda este camino. «Con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina».

La conversación política sobre la ética y ejercicio de la equidad intergeneracionales para sostener los reinos de vida de los que somos parte y totalmente dependientes, es la gran ausente en las propuestas políticas mayoritarias3 para las elecciones de octubre.

Sin un ejercicio comprometido del preámbulo constitucional, sin poner en valor y marcha las herramientas de la conversación política hacia la unidad nacional desde el respeto a la diversidad, no vamos a salir en esta escala nacional, de semejante crisis de civilización.

Las expresiones del candidato a la Presidencia Javier Milei sobre la libertad para la contaminación de los ríos desde la lógica de la mercantilización de un derecho humano «vital» existencial, son las únicas que de modo brutal ponen en el tapete de las propuestas la problemática de la gestión de las aguas. Sus declaraciones desnudan la responsabilidad por irresponsables de los unos y los otros en la falta de cuidado, aplicación y cumplimiento de las convenciones ambientales internacionales, la Constitución nacional y las provinciales que todo lo dicen, como las Leyes de presupuestos mínimos ambientales, los principios rectores de la política hídrica nacional, como la ley de adaptación al cambio climático, reitero, en todo lo que hace a la gestión democrática de las cuencas y sus ecosistemas asociados.

Nada han hecho, solo cambiarle el nombre al río en un grave proceso de artificialización, lo llaman hidrovía para los cerebros de los mercados concentrados y privados.

Finalmente, este mal ejemplo de la gestión de ríos, se entrelaza con el rizoma de «los ríos voladores» que nos llueven, que nos lloran, que acarician y llenan de vida nuestras selvas, montes, llanuras, cuencas.

Los gobiernos de Brasil y Colombia vienen liderando los inicios de un renovado acuerdo amazónico para lograr deforestación cero en el territorio que hace llover en el cono sur y nuestra tierra (Argentina).

Es el campeonato del mundo el que allí se juega, el de la continuidad de la vida en la tierra que amamos más al sur de amazonia. No tenemos selección nacional alguna en esa cancha de la diplomacia política por excelencia y aquí, un fundamentalista, con rasgos marcadamente totalitarios, convoca a privatizar la razón de ser de los reinos de vida y sus amores.

Como la palabra se encuentra amenazada (Ivonne Bordelois) y las aguas de los seres aún no nacidos también, rescatamos sabiduría mazateca4 sobre los efectos de la palabra, del habla en el espacio habitado: «La palabra embellece, santifica. Cae como rayos donde se habla, penetra el lugar. Las palabras están haciendo su misión. Cuando la palabra es buena hace maravillas, y cuando la palabra es mala destruye: destruye no sé hasta donde alcanza a destruir, adentro en el fondo de la Madre Tierra…»

  1. https://www.editoriallahendija.org.ar/autor/carlos-merenson/ Carlos Merenson. «El camino de la Transición. Del productivismo a la convivencialidad». Y https://aadeaa.org/maldesarrollo/

Maristella Svampa y Enrique Viale. «Maldesarollo. La Argentina del extractivismo y el despojo».

  1. Yuval Noah Harari, «Homo Deus». Byulg-Chun Han, «La sociedad del cansancio» y «No cosa».
  2. https://www.electoral.gob.ar/nuevo/paginas/datos/plataformas_paso2023.php
  3. Omar Felipe Girarldo, Ingrid Toro. «Afectividad ambiental». Ed. Universidad Veracruzana y Ecosur. 2020, pág. 139.

Maristella Svampa y Enrique Viale. «Maldesarollo. La Argentina del extractivismo y el despojo».

(*) Jorge Oscar Daneri. Miembro Asociación Argentina de Abogadas/dos Ambientalistas y de la Unidad de Vinculación Ecologista de la Fundación La Hendija, Paraná.