Gonzalo Vergez, 30 de Enero de 2024.
Al final la casta eran las tierras rurales productivas que hoy puede comprar sin limite cualquier extranjero adinerado. Al final, la casta eran los glaciares y los bosques que se entregan sin vueltas a las empresas, en un contexto de grave crisis hídrica y climática de la cual son los bosques quienes nos protegen.
Al final la casta eran las tierras y humedales que protegíamos, y que pronto van a poder quemar para cambiarles “el uso de suelo”: dejará de ser un humedal, para luego de ser rellenado, cultivar más soja o maíz con todo el paquete químico que fomenta la agricultura agro-oncológica. Si, esa forma de hacer cultivar que produce cáncer y que mata a los niños y adultos.
Al final la casta eran la tierra de Neuquén y el Mar Argentino, de donde se saca el petróleo, que pronto se va a extraer a un ritmo desconocido, impensado hasta ahora. Todo eso mientras los vecinos de vaca muerta no tienen gas ni asfalto y los nenes se despiertan asustados cuando les tiembla la cama por los sismos del fracking.
Al final la casta eran los minerales, el cobre, plomo, uranio, la plata y el litio, sobre los que la industria extractiva ya no tiene que informarnos. Todo, mientras las cuencas se hídricas se secan.
La casta terminó siendo nuestra casa común. La tuya, la mía y la de los otros animales y seres vivos.
Sepamos que, si esto avanza, si la “libertad avanza”, no hay vuelta atrás. No es posible restituir los glaciares a donde estaban. No podemos devolver los humedales. Reforestar nos llevará una vida, o dos. Los daños ambientales son, en general, irreversibles. Tengámoslo claro: donde hubo fuego, apenas cenizas quedan.
Hoy es un día para reflexionar, cada quien como pueda. Algunos marchan, yo escribo. Lo que no se puede hacer, lo que no está permitido es no hacer nada.
¿Se necesitan cambios? Seguro. Pero seguro que así no.
Tampoco podemos entregar “facultades extraordinarias” a una persona que niega el cambio climático, para que haga a su gusto y necesidad lo que quiera con lo de todos.
Tenemos la obligación de proteger las leyes ambientales que tanto nos costaron, que no son perfectas, pero que aún con su imperfección, ofrecían un resguardo a nuestros bienes comunes. A nuestros bosques, glaciares, humedales, tierras productivas, minerales y a nuestros recursos energéticos.
A los nuestros, y a los de los que vienen al lado, adelante y atrás.
Por eso, gritemos fuerte: señoras y señores “representantes”, TIENEN EL DEBER DE PRESERVAR nuestro derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras.
Que quede claro: no se nos ocurre a nosotros caprichosamente, sino que los obliga el Art. 41 de nuestra Constitución Nacional.
Gonzalo Vergez, Enero de 2024.